Día mundial de no ser capaz de armar una frase coherente

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¿Qué es lo primero que haces cuando estás mal? Huir. Volver. Refugiarse.

Reyna quería hacer todo eso, pero no encontraba una dirección. No la tenía. No tenía un hogar que se sintiera como un refugio. El único lugar seguro que tuvo lo había perdido.

Apenas recordaba la voz severa de sus padres, sus regaños y miradas de desprecio no le caían de sorpresa. Había llegado un punto donde su temor hacia ellos se había modificado a  tal costumbre que, en vez de acabar aterrada y replanteándose si alguna vez podría ser considerada una persona de valor, lo único que reinaba en ella era un total abatimiento.

Estaba agotada.

El humo apenas escapaba por una fina rendija de la ventanilla de su coche. Llevaba al menos una hora aparcada frente al Kithara, tratando de armarse de valor y entrar a ese local que llegó a considerar un vendaje temporal para sus heridas. A diferencia de los cientos de veces que había entrado con anterioridad, con o sin Annabeth, la sola idea de abrir la puerta de su coche le provocaba una absoluta vergüenza, inseguridad y pánico.

Su corazón se agitó al ver a Percy Jackson. Incluso hizo el amago de abrir la puerta de una vez, sabiendo que el baterista era sin duda quien podría tener un carácter más afable en esos momentos, pero tampoco se atrevió. Como si fuesen dos desconocidos se dedicó a observarle tropezarse con un escalón antes de llegar a uno de los cubos de basura al otro lado de la calle. En otras circunstancias esa escena le habría causado gracia, ahora solo anhelo.

¿Podría volver a formar parte de todo lo que envolvía a The Big Three?

Ahora mismo Annabeth estaría a su lado comentando cuántas veces le había visto tropezarse con el mismo escalón.

Annabeth.

Su mejor amiga no volvió a dirigirle la palabra en todo el evento a no ser que estuvieran en presencia de sus padres, de forma cortés y distraída, como a cualquier otro asistente. Las pocas veces que sus miradas se cruzaron, veía a Annabeth enterrada en sus propios pensamientos, pero solo había desconcierto en sus ojos, no rabia.

Al contrario de Thalia.

Esa era la mirada con la que había soñado las dos últimas noches.

Abrió de golpe la puerta de su coche en una oleada de valentía con sabor a desespero. Sus piernas temblaban a cada paso, casi al ritmo de la vibración de su móvil con una nueva llamada de Annabeth Chase. Su mejor amiga había tratado de localizarla pero Reyna no había tenido el valor de contestar. Seguía manchando su propia conciencia, sabiendo que estaba castigando a Annabeth con su ausencia cuando era ella quien debía estar escuchando el desagradable contestador de su móvil. Esperaba que entendiese que necesitaba tiempo para avanzar aún atragantada en culpa. Y, si quería empezar a suplicar perdón y a dar explicaciones, The Big Three eran los principales afectados.

Está bien, Reyna. Contesta cuando puedas.
Voy a seguir llamándote, no espero que contestes, sé que necesitas tu espacio, solo es para que sepas que estoy aquí.

Podría haberse sentado en medio de la acera a llorar en ese mismo instante. El mensaje de Annabeth distaba de todos los anteriores que había recibido, confusos, demostrando que  estaba perdida y sin entender nada, clamando por una explicación que Reyna sabía que le debía. Pero ahora, era su Annabeth la que hablaba, su mejor amiga, aquella que se adaptaba a las circunstancias y, sobre todo, a su extraña forma de ser. Annabeth siempre terminaba encontrando la forma de hacerla sentir acompañada en la distancia, cuando Reyna solo se alejaba para esconderse en su propio caos.

Por supuesto que no la merecía, ni a ella ni a The Big Three, pero ahí estaba, sedienta por recuperar lo que debería de dar por perdido. Quizás no estaba aceptando un castigo que sí se merecía.

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