CAPÍTULO UNO:

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La luna de miel ha sido mejor de lo que ella esperaba. El clima tropical, la grandiosa vista, la suculenta comida y poder descansar sin tener que preocuparse por el trabajo… Fue una maravilla que le hubiera encantado alargar un poco más.

Ella no había podido dejar de hablar de ello  en todo el camino de regreso después de bajar del avión, una hora donde Adrien, su marido, la escuchaba parlotear.

Cada que lo miraba, le dedicaba una cálida sonrisa o besaba un costado de su cabeza, alentando a seguir a pesar de que su celular no había parado de sonar y aclamaba su atención.

—Puedes atender si gustas, ya he tenido toda tu atención por una semana entera.

Le animó ella, teniendo en cuenta lo importante que el trabajo es para él.

—Lo haré cuando lleguemos.

Entrelazó su mano con la suya, y mientras el auto seguía avanzando, se dió cuenta de algo que le hizo detener su hablar.

—¿A dónde vamos? 

Quisó saber, ya que conocía el camino perfectamente a la residencia de Gabriel Agreste, y este no lo era.

—Lo verás en menos de cinco minutos, se paciente.

Sacarle la verdad a Adrien era una de las cosas más difíciles sino imposibles, es por eso que con rendimiento miraba las calles a su alrededor con atención en busca de alguna pista.

Hasta que el auto se detuvo frente a una casa de dos plantas y grandes ventanales, en una de las zonas residenciales de esta ciudad.

—Bienvenida a su nuevo hogar, señora Agreste.

Dijo cerca de su oído antes de bajarse del auto, sin esperarse a su reacción.

Aceptó la mano que le ofrecía su marido para poder bajar seguida de él, mirando la casa con asombro y sin poder creerle.

Bueno, si lo podía creer porque sabía que a Adrien le gustaban los lujos. 

—¿Te gusta?

Preguntó con curiosidad, posando una mano en su espalda.

—Me encanta, pero—

—Si hay algo que no te guste podemos cambiarlo inmediatamente o en su caso buscar otra casa que sea de tu agrado—

—Adrien, es perfecta —le interrumpió, poniendo sus manos en sus mejillas. —Solo iba a decir que me hubiera gustado saber de ella antes.

—Era una sorpresa.

Él le indicó a su trabajador que llevará las cosas al interior, y después de darle una palmadita en la espalda a su esposa, ella se alejó de él para entrar a apreciar la casa a su ritmo.

Los pisos eran de mármol blanco, y el sol entraba directo por los ventanales dando a todo un brillo encantador. En la sala de estar había una chimenea, y encima de ésta un gran televisor, una gran alfombra beige decoraba el suelo y los sillones se veían de lo más cómodos.

En un rincón había una mesa para café y dos sillones estilo mecedora, toda la decoración era hermosa.

—Y todavía te falta conocer tu taller.

Adrien habló, tal vez al percatarse de la emoción de la mujer al apreciar cada detalle que estaba a su vista.

—¿Mi taller? 

Puso una mano en su espalda, para empezar a guiarla por la planta baja, donde frente a las escaleras había dos puertas, ambas abiertas y con cajas en el suelo en su interior.

SIN LÍMITE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora