Capítulo 101

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El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otros dos trozos de pergamino.

Dumbledore alargó la mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:

—Harry Potter.

Harry permaneció sentado, todos cuantos estaban en el Gran Comedor lo miraban. Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Harry, que seguía inmóvil, sentado en su sitio.

En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.

—¡Harry Potter! —llamó—. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!

Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff. El zumbido se hacía cada vez más fuerte.

—Bueno... cruza la puerta, Harry —dijo Dumbledore, sin sonreír.

El salón se llenó de murmullos y susurros mientras Harry cruzaba la puerta, dejando atrás a un Gran Comedor lleno de estudiantes y profesores desconcertados y, en su mayoría, enfadados. Nadie parecía entender cómo había ocurrido. El cáliz de fuego debía elegir solo a aquellos que pusieran su nombre, y Harry insistía en que no lo había hecho.

Dumbledore, con el ceño fruncido, parecía a punto de dar por terminado el asunto cuando, de repente, el cáliz comenzó a lanzar chispas rojas nuevamente. Todos en el salón se quedaron en silencio, con los ojos fijos en el cáliz. Una vez más, una larga lengua de fuego se elevó y arrojó otro trozo de pergamino.

Dumbledore extendió la mano con cierta reticencia y cogió el pergamino. Lo desdobló y lo miró durante unos segundos que parecieron eternos. Finalmente, con voz grave y llena de preocupación, anunció:

—Cassiopeia Ivanova.

El silencio que siguió fue aún más pesado que antes. Todos los ojos se volvieron hacia Cassiopeia, que estaba sentada en la mesa de Slytherin, inmóvil y pálida. El zumbido de murmullos y susurros comenzó de nuevo, esta vez con más intensidad y descontento. Los profesores intercambiaron miradas serias y preocupadas.

Cassiopeia se quedó quieta, paralizada. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Negaba en su interior que esto estuviera pasando. Ella no había puesto su nombre en el cáliz, eso lo sabía con certeza. Pero, ¿cómo convencer a los demás de su inocencia?

Sentía las miradas fijas en ella, el peso de la incredulidad y el juicio en los ojos de sus compañeros de Slytherin. Pansy y Daphne la miraban con incredulidad, Theo y Blaise con desconfianza, y Draco con una mezcla de enfado y confusión.

—Cassiopeia, por favor, acércate —dijo Dumbledore, su voz más suave que antes pero con un tono de autoridad.

Pero Cassiopeia no se movió. Permaneció sentada, sus manos apretando el borde de la mesa. No quería levantarse, no quería enfrentarse a lo que estaba sucediendo. Era como si, al quedarse quieta, pudiera detener el tiempo y evitar que todo esto fuera real.

Dumbledore la miró con desaprobación.

—Cassiopeia, por favor —repitió, su voz ahora más firme.

Good or Evil || A Harry Potter FanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora