Capítulo 8. DEUDAS Y NEGOCIACIONES

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«Vivir es tomar decisiones y asumir las consecuencias».

Paulo Coelho.

—¿Qué haces saliendo de la habitación de tu hermano?

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—¿Qué haces saliendo de la habitación de tu hermano?

—Siempre en el lugar equivocado, cuñadito o, mejor dicho, en el lugar ¿conveniente? —reprocha Xandro, sobreponiéndose rápidamente del impacto.

—Salía de la habitación de Giavanna —responde Dimitrios señalando la alcoba que queda a unos cuantos pasos—. Esta puerta se abrió y por educación, pensé saludar a la esposa de Lucas —dice con tono tranquilo sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos—. Pero, para mi sorpresa, no es ella quien sale, si no tú —enfatiza la última palabra con un dejo acusatorio.

—Entré en la habitación a buscar algo —dice Xandro levantando los hombros con indiferencia y cinismo—. No sabía que esa mujer ya estaba instalada ahí. Cuando la vi, simplemente me presenté, me disculpé y salí de inmediato. Eso fue todo.

—Ya veo —su mirada se entrecierra un poco.

—¿Y tú qué hacías saliendo a esta hora de la habitación de Giavanna? —reprende pasando de acusado a acusador—. Lucas te tiene prohibido tocar a nuestra hermana antes de la boda.

Dimitrios emite una sonrisa socarrona.

—¿Ahora te crees Andreas? —se burla con tono de voz filoso—. ¿Desde cuándo acá te convertiste en el guardián de las órdenes de Lucas?

Xandro se lanza contra él y lo toma del cuello de la camisa.

—No me provoques, Dimitrios —amenaza en baja voz—. Sabes que te puede ir muy mal.

—¡Suéltame! —exige sin perder la calma, aprieta con sus manos los brazos que lo sujetan y logra zafarse—. Estás volviendo una costumbre arrugarme mi costoso traje. Me los vas a arruinar —pasa las manos alisándose la chaqueta—. Te mandaré la cuenta de la tintorería. ¡Ah, pero es cierto! El último céntimo que tenías en la cuenta lo acabas de perder... una vez más.

—Eres un...

—¿Sucede algo? —interviene Giavanna.

Escuchó la discusión y salió a ver qué sucedía.

—¿Qué hacía este tipo en tu habitación? —reprocha Xandro con el rostro aún descompuesto por la ira.

—Obviamente, no es lo que tu mente asquerosa está pensando —responde su hermana apretando los dientes.

—Ten mucho cuidado como me hablas, que yo no soy Lucas.

—Por supuesto que no —increpa ella desafiante—. Eso está más que claro.

Sus miradas chocan.

—Mis queridos muchachos —se escucha la voz hilarante de Delilah—. ¿Qué creen que hacen murmurando en los pasillos? —recrimina con un gesto autoritario en su mano—. Saben que es algo completamente impropio. ¿Qué pasa con sus buenos modales?

Un anhelo del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora