CAPÍTULO VII

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Me había acostumbrando a llevar bolsitas llenas de joyas colgando en mis piernas, así que pude comenzar a moverme más rápido. Aunque aún se sentía como si estuviera corriendo de neumáticos que rodaban detrás de mí.

Para ser honesta... estoy muy feliz con la forma en la que vivo ahora. Quiero quedarme así para siempre, pero dentro de estas paredes vive una bomba de tiempo.

Estas cosas bonitas son mi respaldo, por así decirlo. Un respaldo para ese día temido.

Seguí el camino de flores, tal vez, por quinta vez en dos semanas. Llegué al palacio después de varios minutos. El lugar estaba tan tranquilo como de costumbre.

No fui al jardín directamente, sino que me dispuse a entrar en el interior mismo del palacio.

No estaba segura de si había visto bien, pero, efectivamente, habían unas estatuas de ángeles frente al edificio.

De diferentes tamaños y formas. Algunos incluso más altos que yo. Lo importante era que estaban hechas de oro.

*¡Es increíble!*

Me había emocionado realmente. Si hay tantos, entonces nadie se dará cuenta si tomo uno, ¿verdad?

Me incliné para examinar una que estaba más cerca de mí, observé cada detalle con sumo cuidado y terminé cerrando los dientes sobre uno de los brazos de la estatua.

Pero de pronto, me di cuenta de una presencia que estaba a mis espaldas. Me quedé en shock con los dientes aún pegados en el oro.

-- ¿Qué hace este asqueroso insecto en mi palacio?--

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Temble de pies a cabeza al escuchar aquella voz resonar a mi espalda.

Giré sobre mis talones de manera instintiva y di un paso atrás, chocando con la estatua.

¿Cuándo se habían acercado tanto? Dos personas habían sido bastante sigilosas al acercarse. Un pelirrojo se encontraba parado a varios metros atrás. Y el otro frente a mí era...

*No...*

Mi cuerpo perdió fuerza, una vez que confirme de quién se trataba.

La bolsa que sujetaba cayó al suelo y su contenido se desparramo. Los tesoros que había reunido durante tanto tiempo, se encontraban esparcidos y brillando en el suelo.

El pelirrojo los observo con una expresión de extrañeza. Pero el hombre frente a mí no los miró y continuó observandome fijamente.

-- Esa cara.

Los ojos frío y brillantes me atravesaron. Ojos misteriosos y bastante peculiares.

Era como tener un espejo delante. Los mismos ojos como joyas que yo tenía, pero los de él carecían de expresión, por lo que se asemejaba a unos verdaderos diamantes.

-- La he visto antes--

Nunca lo he visto en carne y hueso antes, pero supe de quién se trabaja inmediatamente.

Cabello dorado sacudido por el viento. Los ojos, sello inconfundible de la familia real. El rostro inexpresivo observandome, y un aura brutal.

Claude de Alger Obelia. Padre de Athanasia y Emperador de estas tierras.

-- Sí... ¿Era esa bailarina de Siodonna? Te pareces a esa mujer--

Me quedé en blanco, sin poder decir palabra alguna.

Princesa Encantadora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora