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Kento puso a prueba su moral el día que te conoció, la guapa estudiante universitaria que vive en el edificio de enfrente, pero que siempre parece cruzarse con él cada vez que sale y vuelve del trabajo. Jura que debe de ser otro de esos pequeños inconvenientes que convierten a una persona en adulta cada vez que te pilla con los ojos saltones, una sonrisa reluciente y un cortés "buenos días" o "buenas tardes" saliendo de tu boca cada vez que se encuentran, que hace que la mano que sujeta su maleta la agarre hasta que se le ponen blancos los nudillos.
Es un hombre de autocontrol.
Es un hombre de autocontención hasta que un día le estás preguntando si puede ayudarte a colgar algo en tu apartamento, la forma en que el extremo de tu almendrada punta francesa acaba entre tus dientes a través de esa sonrisa tonta mientras observas cómo se flexionan los músculos de sus bíceps cuando martillea el clavo hasta que tu pared hace que se le caiga el estómago. No importa si tiene 27 años. Tú aún estás en la uni, y él nunca se arriesgaría a tener que pasar por explicar a sus colegas que su novia no tiene trabajo, pero una chica en la universidad... cielos, no. Parece tabú.
Su determinación se desmorona aún más después de semanas de pedirle ayuda con todas las pequeñas tareas, aunque para él innecesarias, reformas en tu apartamento, las galletas que le horneas como "gracias" siempre parecen derretirse en su boca. Eso es lo que estás haciendo ahora, de pie en la puerta de su apartamento con una falda demasiado corta para ser considerada apropiada y los ojos muy abiertos como una dulce cierva atrapada en el cañón de un rifle de caza. Odia la forma en que su corazón se aprieta hasta el punto de dolerle al ver cómo tartamudeas con esa sonrisa nerviosa, el pellizco en las cejas que revela tu ansiedad cuando le pides salir a tomar un café... y joder, sabe que se te romperá el corazoncito si te dice que 'no'.
Kento, que acepta llevarte a tomar un café, algo que suponías que acabaría simplemente en un paseo hasta la cafetería de la esquina de la manzana, donde se sienta frente a ti durante dos minutos antes de levantarse e irse. No esperas que te recoja en su coche, uno que te pone un poco rígida cuando te sientas en él con esa preocupación de estropear de algún modo los asientos de cuero o dañar el caro interior. Ni siquiera te mira de camino a la cafetería con un interior caro que te hace sentir como si estuvieras en tu pequeña escapada a Europa. Las únicas respuestas que te da son breves, la mayoría "ajá", mientras balbuceas tratando de encontrar lo que le haga responderte.
Todo lo que quieres es que te diga algo más, y a mitad de tu Frappuccino, uno que te hizo estremecerte al oír el precio pero agradecerle profusamente que te lo comprara porque no querías parecer avaricioso, por fin empieza a hacerte preguntas. Durante un rato parece un interrogatorio, y cuando intentas corresponder a las preguntas, sus respuestas son más cortas. Odia que tengas que preocuparte tanto por los estudios, y odia que sienta esa necesidad de no dejarte mover un dedito por una cosa cuando él puede hacerlo fácilmente por ti.
Tienes los hombros caídos cuando te diriges a su coche para irte, con la sensación de haber desperdiciado un bonito conjunto para nada más que herir tu corazón. No esperas que más tarde te envíe un mensaje diciéndote que se lo ha pasado bien.
Kento, que está absolutamente enamorado de todo lo que te rodea y pierde la compostura en cuanto te arrodillas frente a él. Tus manos tantean su hebilla mientras le miras con tus familiares ojos de cierva, preguntándole suavemente: "¿Por favor, Nanami?".
Él aprieta los dientes. Sigues llamándole Nanami después de que te hayan corregido tantas veces para que le llames Kento, pero eres una cosita preocupada que, cuando no está estresadísima por los estudios, piensa soñadoramente en su apuesto novio, Kento.
Sólo puedes inclinarte hacia la mano, callosa por años de ser un hechicero de jujutsu, que baja a posarse en la coronilla de tu cabeza, deslizándose hasta tu mejilla, bajo la mandíbula, inclinándola hacia arriba para mirarle bien. Estás tan fascinado por sus ojos castaños que te miran con todo el cariño del mundo, en contraste con el estoicismo de su rostro, que casi no percibes el sonido de su mano libre desabrochándose los botones de los pantalones.
"¿Necesitas ayuda o puedes hacerlo tú sola, cariño?"
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