Capítulo 11

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Llegar a donde querían no fue ningún problema, Kageyama caminaba con las manos metidas en sus bolsillos mientras iba detrás del castaño que por algún motivo había memorizado el camino.

―Está muy desolado y hace frío ―dijo en voz baja bostezando cada que podía.

―¿Sigues con sueño?

Aunque de reojo, Oikawa lo seguía con la mirada.

―El frío te va a despertar ―volvió a decir antes de cruzar unos últimos árboles que daba paso al inmenso lago que brillaba bajo la luz de la luna a esa hora.

Kageyama se detuvo junto con él y antes de que se acercara un paso más a lo que ahora era hielo se volteó a ver a Oikawa que no venía.

―Oye pero no tenemo-

―Si tenemos

Kageyama frunció la nariz en cuanto lo interrumpió, pero supuso que fue obvio porque en cuanto el castaño le respondió caminó en dirección a la pequeña cabina que había al lado de la laguna que tenía un cartel colgado anunciando el alquiler de los patines.

―¿Es enserio? ―no guardó su comentario al verlo hurgar en sus bolsillos― Está cerrado.

―¿Tienes una mejor idea? ―el castaño lo miró por unos segundos antes de sonreír cuando encontró lo que buscaba. Kageyama se acercó unos pasos para mirar y vio que en su mano tenía un clip de oficina.

El silencio fue respuesta de que no tenía nada en mente, así que siguiendo con lo suyo no tardó en extender el pequeño metal para introducirlo en la cerradura de la puerta. Solo lo había logrado una vez en su vida cuando estaba jugando y esperaba que esta vez le saliera también antes de quedar en ridículo.

No habían pasado ni 10 segundos y Oikawa se detuvo antes de voltear a ver al ojiazul.

―Deja de mirarme así.

―¡No estoy haciendo nada! ―saco las manos de sus bolsillos para alzarlas hasta que escuchó un bufido.

―Ese es el problema, voltéate ―le dijo señalando a cualquier otro árbol del lugar tratando de mantenerse concentrado en lo suyo, pero aun sin sentir la espesa mirada del menor encima suyo su paciencia se agotó tan rápido como había empezado― Podríamos romper el candado, debí empezar por ahí.

Kageyama se volteó e hizo una mueca.

―No, eso sería vandalismo.

―No estamos robando ―aseguró Oikawa que lo miró unos segundos antes de volver a su búsqueda por una piedra decente para darle un golpe certero al candado.

―No vas a romper nada ―se quejo dando pasos hasta la puerta delante de él, cogió el clip que antes había dejado caer al piso y lo volvió a meter en la cerradura mientras el otro seguía en búsqueda de su piedra.

Realmente no tenía idea de que hacer, pero estaba seguro de que si estaba en un bosque en medio de la noche y un oso lo estaba persiguiendo siendo esa puerta el único sitio seguro para esconderse por puro instinto movería con fuerza el metal insinuando el girar de una llave; Fue cuestión de segundos para que un "click" se escuchara provocando la sonrisa del ojiazul.

―Ya lo abrí ―gritó para que el otro no se alejara.

―Créeme que ya lo sé―dijo con cierto raspor en su voz, de hecho lo había estado mirando y estaba seguro que no podía ser bueno en todas las cosas que él hacía o al menos necesitaba comprobar que no lo era en una.

―¡Cuál es tu talla!

Escuchó un grito desde dentro, ni siquiera se había molestado en esperarlo. Aún con su piedra en mano caminó hasta darle alcance al pelinegro que por la poca luz de la noche apenas pudo distinguirlo con unos patines entre sus manos

Destinados a ConectarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora