CAPÍTULO I: El Aftermath

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La ceremonia en memoria de Francis Fernández había terminado. Los alumnos quedaron con un amargo sabor de boca. Jack Onisse observaba la fotografía de su compañera, apenas parpadeaba; estaba totalmente perturbado. Su gemelo, Anthony, en cambio parecía triste. Ambos jóvenes fueron a fumar cigarros, cuando su grupo de amigos se acercó para acompañarlos, Anthony notó que Barry tenía una cicatriz en el rostro, como de un rasguño. No dijo nada. 

– ¿Qué supieron del asesinato? – preguntó Barry, como entusiasmado.

Anthony frunció el ceño. 

– ¿Qué te pasó en la cara? 

Barry se encogió de hombros. 

– Una gatita me lo hizo – respondió, esbozando una sonrisa.

– ¡Dios mío, Barry! – exclamó Ana –. ¿Puedes tomarte las cosas con seriedad? Estamos en un momento difícil, ¿cómo puedes estar tan contento sabiendo que hay un asesino suelto por el campus?

Barry soltó una carcajada. 

– ¡Ana! ¡Estoy feliz porque no estoy muerto! – contestó –. Hay que festejar que nosotros no somos los que están tres metros bajo tierra. 

– Qué comentario tan de mal gusto... – dijo Anthony.

– Sí, Barry – finalmente habló Jack –. ¿No ves que pueden incriminarte..?

– Ustedes no le dirán a nadie, ¿o sí? 

Ana apretó los labios, visiblemente incómoda. 

– Barry, me estás asustando – dijo ella.

– ¡Vamos, es broma! – dijo Barry, poniéndose serio –. Sólo quería levantarles un poco el ánimo. 

– ¿Cómo esperas hacerlo? Es de mal gusto – replicó Anthony.

– Por favor, no podemos estar con miedo todo el tiempo. Si te toca, te toca...

Todos se quedaron callados. Jack y Anthony decidieron irse. 

– ¿Cómo se supone que sigamos con nuestras vidas cuando hay un asesino suelto? – dijo Anthony.

Jack se encogió de hombros. De los dos, era el más callado.

– ¿Crees que sea un asesino en serie? – inquirió Anthony.

– No lo sé, no quiero pensar en eso – dijo Jack –. Te veo luego, tengo clase en media hora. 

Jack se fue y Anthony permaneció en medio del campus. Trató no pensar en Francis, pero su mente comenzó a traerle posibles imágenes de su asesinato. En eso sintió una mano tomarle del brazo, era un hombre corpulento y alto de apariencia aristocrática. 

– ¿Anthony Onisse? – preguntó él –. Soy el detective Lee, ¿le parece si le hacemos unas preguntas? 

Anthony palideció. 

– ¿Soy sospechoso?

– Sólo son unas preguntas, señor Onisse – insistió el detective. 



Los cuatro amigos habían sido detenidos e interrogados. El primero fue Anthony, que se mostraba en un claro estado de angustia; le sudaban las manos y los ojos se le llenaban de lágrimas. Jack en cambio se mantenía en silencio. Barry sonreía mordaz, divertido, cínico. Ana lloraba. 

– ¿Usted era amigo de la señorita Fernández? – les preguntaron.

– No... – respondió Anthony –. Pero la conocía.

Jack negó moviendo la cabeza de lado a lado. 

– Hubo un tiempo en el que cogíamos – dijo Barry. 

– Sólo nos llegábamos a encontrar en los pasillos de la facultad, nos saludábamos y así.



Por favor, señor GhostfaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora