Detective Lee

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– No creo que Damon sea el responsable – confesó Hugo a Malkovich.

El joven oficial miró al sospechoso que se hallaba sentado esperando en silencio. 

– Es joven, alto, atlético, tiene antecedentes, es el sospechoso perfecto – dijo Malkovich –. No se deje llevar por esa mirada. 

– ¿Crees que soy tan ingenuo, Malkovich? – Lee lo miró, ofendido.

El detective Lee entonces entró al interrogatorio con Damon y le entregó una botella de agua. Nilsen sonrió agradecido.

– ¿Haces ejercicio? – preguntó Lee.

Damon asintió.

– Natación.

– ¿Tienes hambre? 

Damon se inclinó sobre la mesa.

– Detective, no fui yo – susurró. Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos –. No fui yo... Sé que me equivoqué en el pasado y que mis acciones me dejan como el posible asesino, pero no soy yo. Se lo juro. Yo he respetado lo que me ha impuesto la ley.

Hugo Lee asintió, conmovido. 



Despidió a los Nilsen. Hugo tenía la cabeza llena de preguntas, se sintió perdido en el medio de un laberinto sin salida. Regresó al interior de la comisaría y vio a su compañero.

– Le creo – mencionó –. Él no lo hizo.

– Pues habrá que ver las pruebas – respondió Malkovich –. Una patrulla estará rondando el vecindario, estarán supervisando que no salga de su casa. 

Lee se mordió el interior de las mejillas, resignado. 

– El abogado de los Nilsen se comunicó con nosotros – preguntó Hugo –. ¿Tienen el archivo de Damon? – se dirigió a la secretaria y ésta se lo pasó. 

Al abrir la carpeta, la fotografía de un Damon sonriente y con el ojo morado se le presentó. Aquel era una persona completamente diferente a la que acababa de conocer. 



Damon apenas pudo cenar. Tenía la mirada perdida, incluso parecía resignado.

– Me van a inculpar, má – dijo y comenzó a llorar.

La señora Nilsen se apresuró a abrazarlo.

– Claro que no, ya hablé con tu abogado, tienes una coartada, todo estará bien – susurró su madre.

– Mamá, me equivoqué – sollozó –. Jamás debí comerme esos hongos, jamás debí defraudarte así. Te he arruinado la vida.

– No digas eso, todo estará bien. Ahora, toma tu medicación y ve a dormir. ¿Está bien? Necesitas descansar, mañana será otro día y las cosas mejorarán.



Damon observó su reflejo en el espejo. No era capaz de controlar el llanto. Estaba desesperanzado, a pesar de que no lo había hecho, tenía todas las de perder. Si no había un culpable rápido, él sería el chivo expiatorio. La prueba de que la redención no existe. Abrió la puerta del boticario en busca de sus medicamentos, pero se dio cuenta de que éstos ya no estaban. Frunció el ceño y comenzó a buscarlos por todo el cuarto de baño.

– ¡Má! – exclamó al abrir la puerta. 

– ¿Qué pasa? 

– ¿Y mi medicina? 

Silencio. 

– ¿Má? – Damon salió al pasillo pero a falta de respuesta comenzó a bajar las escaleras para buscar a su madre.

– Damon, yo escondí tus medicamentos – una tenebrosa voz mecánica se mezcló con el ruido de cristales rompiéndose. 

Damon recibió el impacto de un vaso de vidrio en el costado de la cabeza. Aturdido cayó al suelo y al alzar la mirada vio cómo el intruso vestido de negro y una horrible máscara blanca sujetaba a su madre por el rostro, tapándole la boca y sosteniéndole la mano. La había hecho arrojarle el vaso. Damon no hizo ninguna exclamación.

– Estás acabado, loquito – dijo Ghostface –. Mataré a tu madre y tú quedarás como el culpable. Demostrarás lo que de verdad eres.

Damon siguió sin reaccionar. Su silencio pareció despertar la furia del intruso.

– ¡Vamos, di algo maldito idiota! – exclamó Ghostface.

Damon permaneció estoico.

– Está bien... ¡Entonces te haré reaccionar! – y apuñaló el pecho de la madre de Damon. 

Damon soltó un grito de horror, lanzándose sobre el asesino. Comenzaron a luchar, para ninguno de los dos fue fácil. Ambos eran casi de la misma altura y casi tan corpulentos. Damon luchaba por desenmascarar al tipo, pero entonces Ghostface le golpeó el rostro. Damon cayó a un lado y sintió cómo la figura le ponía el cuchillo en la mano. Comenzó a gritar con auténtico terror, desgarrándose la garganta. Le patearon las costillas y el teléfono comenzó a sonar. 

– Buenas noches, Damon – dijo Ghostface poniéndose de pie –. Nos vemos en el infierno. 

Volvió a patearlo y salió. El sonido del teléfono y el estertor de muerte de su madre con su propia respiración se mezcló en una horrible y desesperante sinfonía. Damon se arrastró a con su madre y se arrodilló frente a ella, llorando. Ella lo miró a los ojos hasta que la vida la abandonó.

– Todo acaba de terminar – murmuró Damon.

Se puso de pie, abrió la puerta y fue a sentarse a los escalones de la entrada. Todas las luces de los vecinos estaban encendidas, vio a los vecinos asomarse. La sirena comenzó a sonar a lo lejos. Todo había terminado para él. Aguardó tranquilamente a la llegada de las autoridades.

– ¡Póngase de pie y levante las manos! – escuchó.

Damon así lo hizo. Miraba al suelo. 

– Mi madre está adentro – anunció. 

El detective Lee pidió que bajaran las armas y se aproximó al chico. 

– Odio cuando me mienten – dijo.

Damon lo miró.

– Yo no fui – insistió –, pero tengo todas las de perder. ¿No es así?


Por favor, señor GhostfaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora