CAPÍTULO III: Los Asesinatos

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Anthony salió de la biblioteca, tenía un montón de libros entre las manos. Era de noche, lo habían echado. El campus estaba en soledad total. Mientras caminaba, sintió el celular vibrar en su pantalón. Lo sacó con dificultad, no reconoció el nombre. El corazón le dio un vuelco.

– ¿Hola..? 

– Señor Onisse – era la voz del detective Lee –. ¿Dónde se encuentra?

– En la escuela, ¿qué pasó? 

– ¿Está solo? 

Anthony se detuvo en el camino a su dormitorio. Miró a su alrededor, cayó en cuenta. Le temblaron las piernas.

– Sí... 

La llamada se cortó. 

– Anthony – dijeron a sus espaldas.

El chico miró hacia atrás. Los libros se le cayeron y salió corriendo entre la oscuridad. Agarrándose entre los troncos de los árboles y las ramas, trató de llegar a la carretera más cercana, pero en eso sintió que le golpeaban la espalda. Tropezó y comenzó a caer, siendo revolcado entre las piedras y las ramas. Cayó a orillas de la carretera. Quiso levantarse, pero el terrible dolor no se lo permitió. Le sangraba la nariz, estaba lleno de cortes.

Vio las botas negras del acechador, que se aproximó tranquilamente. Con la misma piedra que lo había golpeado, Ghostface se la estampó contra la cabeza, lo suficientemente fuerte como para dejarlo inconsciente. 



El detective Lee soltó un suspiro de cansancio. Entró a la habitación donde se hallaba Anthony Onisse, Jack estaba con él. Los gemelos lo miraron con desdén. 

– Mis padres vienen en camino – dijo Jack. 

– Anthony – lo llamó el detective.

– ¿Está satisfecho? 

Hugo Lee negó con la cabeza. 

– No lo estoy, han muerto tres personas y dos están heridas – dijo –. Hay un asesino en serie suelto.

– Pues haga algo – replicó Jack –. Sólo se la pasa haciendo preguntas estúpidas, pero no se mueve. ¿Ya capturaron a Damon? 

– ¿Qué? – Anthony miró atónito a su hermano. 

El detective Lee asintió.

– Sí...

– Pues qué bueno – dijo Jack –. Al menos ya tenemos al que mató a Francis y casi mata a mi hermano. 

Hugo Lee frunció el ceño, mas no dijo nada. Volvió a ver a Anthony. 

– Tengo que realizar una llamada – anunció el detective.


Hector Malkovich se encontraba en el estacionamiento del hospital fumando un cigarrillo. El teléfono sonó, era Lee.

– ¿Sí? 

– Malkovich – dijo éste, angustiado –. Damon no está trabajando solo.

– ¿Hablas en serio? – Hector sonó sorprendido.

– Creo que éste chico, Barry, lo está ayudando. Hay que buscarlo pero ya. 

Una risa se escuchó a la lejanía. Malkovich dio unos pasos en busca de la persona emitiéndola, pero no vio a nadie. No era una voz real. Miró a su alrededor y se llevó la mano al cinturón, donde reposaba el arma. La risa se transformó en una carcajada. 

Por favor, señor GhostfaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora