Damon

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Anthony, Jack y Barry llegaron al hospital. Los padres de su amiga se hallaban en la sala de espera, al ver a los muchachos, parecieron tranquilizarse.

– ¿Cómo está? ¿Qué pasó? – preguntó Anthony.

María Blanco, la madre de Ana, lo abrazó.

– ¿Por qué no nos lo dijeron? – inquirió la mujer.

Anthony no supo qué contestar.

– ¿Qué..? – interrumpió Jack.

– ¿Ustedes sabían que nuestra hija salía con esa muchachita?

Los tres amigo se miraron sorprendidos.

– Señora, su hija se está muriendo y... ¿Nos pregunta eso? – Barry frunció el ceño.

Miguel Blanco, se levantó y tomó a su esposa por los hombros, como queriendo protegerla del escrutinio.

– ¿Qué quieres que les diga? No sólo mi hija es una asesina, sino también lesbiana.

– ¿Asesina? – Anthony negó –. Eso no puede ser.

– Puede ser.

Dijeron a sus espaldas. El detective Lee.

– Otra vez usted... ¿De verdad cree que ella hizo eso? – irrumpió Barry –. Ana es la persona más inocente, jamás dañaría a alguien.

– ¿Cómo está tan seguro, señor McKenna?

– Lo que importa es cómo está Ana – dijo Jack.

– Estable, esposada en una cama, con una pierna rota y una herida craneal – contestó Lee.

– ¿Y con todo eso cree que ella fue? – inquirió Anthony.

– Ustedes cuatro se quieren mucho, ¿no?

– Somos amigos – dijo Jack.

– Sí... Y por eso desconfío de ustedes – Hugo Lee esbozó una sonrisa triunfal, como si hubiese descubierto su secreto.

Los amigos se miraron entre ellos, con esa complicidad tácita, pensó el detective Lee.

– ¿Cómo está Ana? – preguntó Anthony –. ¿Está consciente?

– Sorprendentemente – contestó Lee –. ¿Quieren pasar a verla?

Lee vio cómo una sonrisa incrédula se dibujó en el rostro de Jack. De los tres, él era el que más levantaba sospechas. Un joven callado, aparentemente indefenso, inteligente, relegado por su hermano dócil y carismático. Los chicos asintieron.





– Chicos... – dijo Ana al verlos, con un hilo de voz –. Pensé que ya jamás los volvería a ver. Pensé que moriría.

Anthony se sentó al borde de la cama, junto a ella y la abrazó. Ana miró a través del marco de la puerta y vio a Lee asomarse disimuladamente. La chica volteó a ver a Barry y Jack, luego miró a Anthony.

– ¿Cómo te sientes? – preguntó Jack, acariciándole el pie sano por encima de las cobijas.

– Estoy en shock, pero también enojada – frunció el ceño –. Estos tipos creen que yo asesiné a Francis y a su madre – alzó la muñeca derecha dejando ver que estaba esposada a la cama –. ¿No creen que es estúpido? Ni siquiera puedo escapar por mis propios pies como para que me sujeten a tal humillación, además mis padres ni siquiera quieren verme.

– El precio de la honestidad – señaló Barry.

Ana sonrió, pero comenzó a desatar en llanto. Estaba traumatizada. Mientras sollozaba, Jack salió de la habitación. Lee lo esperaba. Ambos se observaron, desafiantes.

Por favor, señor GhostfaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora