Capítulo II: Sospechas

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– ¿Eres idiota, Ana? – Barry se mostró visiblemente molesto –. ¿Por qué le dijiste eso al puerco ése?

Ana se abrazó a sí misma. 

– ¡Porque es la verdad! 

– ¿Te das cuenta de que van a sospechar de ti? – irrumpió Jack. 

Ella asintió.

– Pero es la verdad, si no lo hubiera dicho y lo hubieran averiguado... Es mejor que sepan en primera mano que Francis y yo fuimos novias un tiempo. 

Barry puso los ojos en blanco y encendió la televisión.

– Tus padres se enterarán de esto, ¿si te pones a pensar? – dijo Anthony.

Ana volvió a asentir.

– Lo sé, pero es mejor que sepan que soy lesbiana a que piensen que soy una asesina – miró a cada uno de sus amigos con una mueca de asco –. ¿No?

Los tres asintieron. 

– Creo que tendrás que lidiar con tu familia católica, homofóbica y mexicana, tú sola – comentó Barry.

Ana frunció el ceño.

– Oye, Barry – dijo ella –. ¿Te dijeron algo por la cicatriz que tienes en la cara?

Barry abrió los ojos como platos. 

– No...

Los cuatro se miraron los unos a los otros. 

– ¿Crees que lo incriminen? – a Anthony le tembló la voz. 

– Cállate – dijo Jack.

– Pues yo no la maté, así que no me importa – dijo Barry.

Hubo otro silencio.

– Oigan, ¿alguien sabe cómo mataron a..? – preguntó Anthony.

Negaron.

– Puedo preguntar... – dijo Ana.

– ¿A quién? 

– A la familia de Francis, ellos me conocían... Ellos sabían de nosotras. Me quieren, sé que no sospechan de mí. Yo jamás lo hubiera hecho. 

– Si tú lo dices... – susurró Barry.

– ¿Qué insinúas, idiota? – Ana se levantó, visiblemente molesta.

– Nada, ¿qué hiciste tú? – preguntó Barry.

Anthony se interpuso entre ambos. 

– Chicos, basta – dijo –. Lo siento, no debí preguntar eso. Ana, olvídalo, no preguntes nada. No es de nuestra incumbencia. 



Ana llegó a la casa de los Fernández. La madre de Francis la recibió entre abrazos y lágrimas. La madre de su ex novia le invitó a sentarse mientras le mostraba fotografías de su hija. Ana ya las había visto todas, pero ahora dolían. La sonrisa de Francis, la alegría... Ya no existía.

– Cuando llegamos la encontramos al pie de la puerta, tirada... – sollozó la señora Fernández –. Estaba cubierta de sangre, fue una horrible escena. 

Ana acarició la espalda de la mujer, conteniendo las lágrimas.

– No tiene por qué contármelo, señora. Todo está bien.

– Ana, la masacraron –dijo la mujer –. La apuñalaron cientos de veces. Fue alguien que, verdaderamente, le tenía coraje a mi hija.

Ana no dijo nada.

Por favor, señor GhostfaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora