Día 10: Matrimonio

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Hace mucho, mucho tiempo, en una noche muy oscura, un granjero y su mujer tenían un discusión muy fuerte.

¿Pero por qué eres tan necia? —decía Murray empezando a perder los papeles— No sé como hacerte entender que estas cosas no funcionan así.

Ambos se hallaban sentados en la cama pero la mujer se encontraba en la postura opuesta al hombre con los pies al otro lado.

Solo esta noche, por favor —habló Esther— la matrona dijo que debía intentarlo y tal vez, solo tal vez podría funciona.

No tendrás un hijo así, mujer. Si quieres compañía busca alguna viuda de la aldea.

Pero la mujer se negaba a aceptar su realidad, tanto que odiaba todo lo relacionado a los primogénitos de cualquier criatura que la rodeara en la granja, Murray entristecido veía como se llenaba de libros, hechizos y brebajes, desesperada.

¡Esto duele mucho! —se despertó una mañana con una cama de plantas sobre su frente y su torso.

De eso se trata —decía Esther ensimismada en revolver una cacerola— Te haré una buena poción, la beberás a diario... —una lágrima resbaló por su mejilla— deseo un hijo, no me importa si es una criatura horrenda, fea, monstruosa o algo sobrenatural, no interesa, quiero un bebé para cuidarlo, arroparlo, quererlo mucho.

Esther Sinclair estaba tan desesperada que no le importaba como fuera, de ser un monstruo no le negaría amamantarlo y sus actos dieron frutos porque en menos de lo esperado ella lo logró, había quedado embarazada. 

Su enorme panza se paseaba por la plaza del pueblo, feliz por haber logrado su cometido, orgullosa, y los días se conviertieron en semanas, y las semanas en meses hasta que llegó el momento del parto.

Enid Sinclair, nació.

Una criatura pequeña, de nariz fría y abundante pelo rubio que cubría todo su pequeño cuerpo, unos colmillos asomaban ya por su pequeña boca, como deseosos de mostrarse en su mayor esplendor, a pesar de tener poco de nacida.

Y su madre la acunaba entre sus brazos, la arrullaba con las más dulces canciones de cuna recordándole en susurros que era su pequeña, una pequeña un linda lobita, un ángel enviado a este mundo para llenar de calor su solitario corazón de madre.

La mujer adoraba a su criatura, pero no todos decían lo mismo, cuando tenían que bajar a la plaza del pueblo para intercambiar sus cosechas y conseguir provisiones la gente les observaba, murmuraba y ni si quiera se preocupaban de bajar la voz, se reían y apuntaban con el dedo a aquel infame ser que gruñía y gimoteaba sin entender que era el centro de la vergüenza de sus padres.

¡Ni si quiera llora como una bebé normal! —gritó Murray desesperado.

Y el grangero llegó a odiarla, pues en su corazón era incapaz de expresar algo que no fuese repudio, asco y malestar eterno por ese extraño ser con forma humana y pelaje de lobo, con garras y hocico de animal, porque mientras más crecía, más encontraba formas en las que sentirse incómodo por su presencia en el hogar.

Se sentía contrariado, porque sabía que ningún padre respetable tendría porque hacer ascos a su propia sangre, día si y día también oscilaba entre estos sentimientos, a veces odio y a veces llanto pero siempre al final del día el mismo sentimiento que se clavaba más profundo  en su corazón, la decepción.

Al paso del tiempo, Enid creció y no fue ajena a las voces que rodeaban su hogar.

¡Monstruo!

Wenclair Pride 2024  - RetoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora