Capítulo 7.

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ES COMO SI ESTUVIESE MIRANDO UN CEMENTERIO

Vicenta

Hay ocasiones donde las personas decimos cosas que salen sin pensar a causa del calor del momento, y al poco tiempo de soltarlas nos arrepentimos porque sabemos que hicimos mal.

Ese es mi caso al rememorar la discusión que tuve con Santiago en mi habitación y por mensaje. Fui muy dura con él quien solo desea desesperadamente comprenderme, pero lo tomé como un ataque, cuando no fue así.

La culpa de lo que le dije, del como actué, me tiene con un enorme nudo en mi garganta y con un espantoso peso sobre los hombros. Él no merecía que lo tratara así y en verdad estoy enojada conmigo misma por la actitud que tomé.

Sé que él me ha tratado peor, pero no quiero pagarle con la misma manera porque no soy así. Sin embargo, ya es tarde para retractarme porque hablé sin meditar las cosas.

El día siguiente llega más lento de lo esperado, y con ello un mensaje de Christian diciendo que desea verme. Es por eso que cuando salgo rumbo a la entrada principal del Hotel Imperio no me sorprende verlo recargado fuera de su auto. En cuanto sus ojos caen en mí, él empieza a dar pasos en mi dirección con una enorme sonrisa en la boca, una que enmascara bien la maldad que hay en él. Me saluda con un beso corto en los labios, algo que me sorprende sobremanera, y después me abre la puerta del Audi para que ingrese.

Jamás pensé que la belleza femenina podía ser tan letal, pero ahora comprendo por qué la FESM utiliza un arma especial en este tipo de operativos. Se llama «arma de seducción» que, junto a una digna actuación de un Óscar, puede conseguir maravillas.

Para mi fortuna, cuando era una sargento, hice un curso en actuación a la par que terminaba otro, cada uno duró un año, pero me las ingenié para no descuidar ninguno. Me instruí lo mejor que pude en aquel arte que muchos consideran un aprendizaje mediocre y puedo decir que lo amé.

Mis gestos, mi entonación y movimientos son los que me han hecho capaz de llegar a los hombres peligrosos en cada operativo de esta índole. Sé mover bien mis fichas y me es sencillo meterme en el papel de víctima o victimaria.

Mis amigas solían decirme que si algún día abandonaba la milicia podría tocar puertas en cadenas televisivas importantes, que seguro en el primer casting me quedaba ya que tengo el potencial y la belleza que es más filosa que un cuchillo.

Claro está que eso es un lejano sueño porque nunca dejaría lo que me permite desahogarme pues en la milicia encontré ese algo que me permite soltar toda la vorágine de rabia, impotencia y dolor que hay en mi alma gracias a los macabros sucesos que me han marcado.

Soy veneno y antídoto, tan letal como plomo en tus venas cuando entro en papel. Aquí mis traumas y dolores no me quitan el brillo, sino que me pulen y elevan pues soy la viva imagen de que se puede levantar después de haberse embarrado en la mierda.

Soy la mejor actriz que puede tener el ejército mexicano y eso lo compruebo cada que Christian me pregunta algo y yo miento a lo descarado logrando causar empatía en su angelical rostro.

Vamos rumbo a un almuerzo con uno de sus hermanos; no mencionó con quien ni en donde, eso inevitablemente me pone nerviosa pues estar a ciegas jamás me ha gustado. Siento que estoy entrando en un terreno más peligroso ya que hemos salido de Los Ángeles.

Mi pierna se mueve en un tic nervioso que me tiene transpirando. Siento la espalda empapada, el interior de los muslos también y ni se diga de mis axilas. Temo que si levanto el maldito brazo Christian podrá olerme lo cual sería demasiado vergonzoso.

—Dices que hueles a zorrillo —me recuerda lo que le dije hace poco, haciéndome sentir avergonzada, tanto que aparto la mirada de sus ojos negros. Un brusco movimiento me sobresalta y cuando estoy por girar, sus dedos ya me han volteado el rostro hasta él. Nuestros ojos impactan como una potente colisión tintada de lujuria y placer inmoral—. No sé con qué maricones estés acostumbrada a tratar, ni qué comentarios estúpidos estás acostumbrada a escuchar, pero el olor corporal cuando bailas, haces alguna actividad de moderado impacto o tienes un cambio brusco de emociones, genera que tus glándulas sudoríparas se activen, ¿ok? No debería generarte vergüenza porque uno —su mano se desliza de mi mandíbula hasta mi cuello transpirado. Pese a que dejé de bailar hace rato, sigo caliente—, es normal. Y dos —su otra mano va a mi espalda donde también estoy medio mojada—, me gusta como hueles y cómo se siente tu piel con sudor.

Tempestad 2 (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora