Capítulo 10.

5.6K 564 63
                                    

INMOVILIDAD TÓNICA

Santiago

Minutos antes del recuerdo que tuvo Vicenta


Algo no anda bien.

El mafioso ya no está hablando.

Vicenta ya no está haciendo ruido.

Y eso me hace levantarme con brusquedad de la silla para salir corriendo e ir a su habitación de hotel pues el miedo y el pánico me golpean tal cual un martillo a un clavo solo para dejarme en claro que algo está pasándole.

Mis pisadas reverberan en las paredes del pasillo lo cual llama la atención de algunas personas que vienen caminando. Empujo a unos cuantos escuchando como protestan, pero ahorita ellos me valen verga.

Subo las puñeteras escaleras de a cinco escalones hasta llegar al piso donde está hospedada la capitana y, cuando vislumbro la puerta, mis piernas parecen moverse solas porque todo lo miro en cámara rápida.

Pronto estoy viendo como mi brazo izquierdo impacta contra la madera para que esta caiga, y solo el estruendo provocado por mi acción violenta destapa mis orejas inundando mis tímpanos con un macabro silencio que me atormenta.

A pasos lentos e incluso temerosos, me acerco a la cama donde veo al mafioso hijo de perra completamente noqueado y, bajo él, está la sirena de ojos tempestad que me tiene esclavizado. Ella está pálida, sus ojos demasiado dilatados y llenos de horror mientras lágrimas escurren por sus pómulos.

Está inmóvil, petrificada y... eso es suficiente para hacerme arrancarle a ese bastardo de encima. En cuanto el cuerpo del Jäger impacta en el suelo noto dos cosas: ella está completamente abierta de piernas, y tanto sus pezones como sus labios vaginales, están hinchados.

Una ola de furia muy caliente me golpea haciéndome trastabillar hacia atrás mientras pensamientos intrusivos llegan a mi cerebro, unos que me llaman imbécil, pendejo, mal hombre. El fondo de mis ojos comienza a picar, y cuando creo que lágrimas se me saldrán, escucho la voz de la teniente Zamora por lo que rápido me le voy encima a Vicenta para cubrirla.

—¡¡Lárgate de aquí que nadie te llamó, Zamora!! —le grito a la mujer que seguro está confundida mirando la escena.

—Qué le...

—¡¡Qué te largues ahora!! —bramo con más potencia, sintiendo como el cuerpo me tiembla en rabia y que mi pecho es abierto con tenazas para hacerlo sangrar—. ¡¡Yo me haré cargo, pero vete y no permitas que nadie venga!!

La teniente se va, esto lo sé porque sus pasos empiezan a escucharse cada vez más lejos. Me separo de Vicenta, tomando su rostro con ambas manos, buscando regresarla de donde sea que se fue mientras siento la culpa enroscarse en mi garganta.

—Sirena... —musito con dolor, mi labio inferior temblándome, algo que me desconcierta demasiado pues no soy un blandengue—. Krasavitsey... regresa conmigo, por favor. Estás fuera de peligro, Vicenta... ¡Regresa a mí!

Pero ella no responde, está completamente inmóvil, casi ni se nota que respira, y entonces reconozco el signo: inmovilidad tónica, un estado temporal de inmovilidad motora en respuesta a una situación de miedo extremo. Con frecuencia se da en casos de violación y otros eventos traumáticos. La incertidumbre de saber si pasó esa atrocidad me hace meterme entre sus piernas para inspeccionar.

Con la linterna de mi celular ilumino su vagina, notando que no hubo invasión por penetración con una verga, por lo tanto, tampoco hay semen. No obstante, eso no me tranquiliza por lo que ingreso dos dedos y, al sacarlos, están relativamente limpios. Es decir, no hay semen, pero sí una consistencia acuosa que huele... huele a manzana. ¿Será lubricante? Tiene que serlo, pues su olor corporal no es de esa fruta; el suyo es la vainilla, esto lo sé porque cada que la hago mía su piel desprende ese aroma.

Tempestad 2 (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora