Capítulo 40

8.4K 682 125
                                    

Vicenta

Corro por las calles de Pakistán sin importar que mis piernas ardan ya que están llevándose a un niño y no puedo permitirlo.

Esquivo las balas que sueltan en mi dirección, me tiro al piso y ruedo para después volverme a poner en dos. Saco mi arma y disparo hacia el lugar donde me atacan. Logro atestarle dos a cada hijo de puta que me intenta detener. Sus cráneos se perforan y sonrío con gusto. ¡Tengo tanta rabia acumulada! Ellos solo están entorpeciendo mi camino, pero que ni crean que voy a detenerme.

Sigo corriendo y muevo de lo más apresurado mis piernas. El señor que carga al pobre niño de cinco añitos ha girado a la izquierda. El llanto de la criatura me rompe en dos e instala una furia inhumana en mi pecho.

Odio tanto a los que lastiman a inocentes, especialmente cuando son niños.

Giro por dónde va el hombre; estoy a nada de alcanzarlo.

—¡Detente ahora, maldito bastardo! —le grito y me trago las ganas de soltarle tiros. Eso asustará más al niño.

El hombre no se detiene, sigue avanzando, la calle se va quedando atrás junto a los pocos carros que había. Mi corazón me golpea duramente contra el pecho, pero no importa. Si muero de un infarto será luchando para liberar a un inocente de las garras de la maldad.

Mis amigos se comunican conmigo a través del auricular que tengo en la oreja, pero estoy tan cegada por la rabia que simplemente los bloqueo y hago caso omiso a sus advertencias.

Los regaños de Esteban perforan mi tímpano con una nata violencia que se perpetua en mi pecho, así que me saco el aparato y lo destruyo con un tiro porque ni él ni nadie me distraerá de mi objetivo.

Entro a un callejón. Sonrío gustosa cuando no hay escapatoria para ese bastardo.

—Dame al niño y te dejo ir —bramo una orden, caminando como leona enjaulada, hacia él.

—Perra asquerosa —escupe el hombre.

—Gracias —apunto a su cráneo, el llanto del pequeño me fragmenta—. Ahora, volveré a repetirlo: Dame. Al. Niño.

El hombre gruñe como animal rabioso, mira a todos lados, pero no hay salida. Lo he acorralado. Los ojitos del pequeño encuentran los míos, están irritados, destilan miedo, suplica, algo que hace años se reflejó en mi propio rostro cuando él... cuando ellos...

—Aléjate o lo mato —dice y entonces veo como saca una navaja para llevarla a la garganta del pequeño. Eso es un detonante peligroso para mi dañada cabeza.

Me sigo acercando, no flaqueo, pero él sí. Él está temblando, respira caóticamente y huelo su miedo. Me tiene miedo, y qué bueno. Estoy harta de las injusticias que se quedan impunes.

—Tienes treinta segundos para dejarlo ir o te mataré —advierto, cargando mi arma con nuevas balas—. Tú eliges: vida y escape, o muerte con dolor.

—¡No te daré ni una mierda, intrusa!

Echo a reír. Algo se oscurece en mi cerebro. Veo rojo, jodidamente rojo y sé que algo no anda bien conmigo. Nunca me había pasado esto, es como si estuviese siendo dominada por la rabia, colera, furia. Por un modo supervivencia que debes tener en épocas de guerra.

Trueno mis dedos, mi cuello y escupo el piso.

—Quince segundos.

—¡Aléjate! ¡No estoy bromeando!

Tempestad 2 (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora