41| Pues claro que estoy bien

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Bitácora uno, recuerdo que el primer día fue el peor, quería tirarme del acantilado a la bahía y ahogarme al instante, peleé con Marco y casi discuto feo con Emmy

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Bitácora uno, recuerdo que el primer día fue el peor, quería tirarme del acantilado a la bahía y ahogarme al instante, peleé con Marco y casi discuto feo con Emmy. Bitácora trece, con el pasar de los días todo se pone peor, mucho peor; cenas, eventos, reuniones de la empresa, incluso la supervisión de la construcción del nuevo hotel.

Bitácora veinte, creo que casi me da un infarto cuando veo aquella carga de armas en una de las juntas con unos socios de mi padre, y afuera de aquel lugar, una especie de hotel u edificio privado, también vi un contenedor y varios hombres vestidos de negro, y gritos... Ese día pude oír gritos que provenían del contenedor.

Eran mujeres, y juro que quedé helado cuando escuché un disparo. Una de ellas no pasó la noche.

Bitácora... Bitácora no sé cuánto, ya perdí la cuenta de cuantos días llevo en este lugar, pero sigue igual, a veces lloro en secreto abrazando mis piernas y hundiendo el rostro en mis rodillas, incluso me cuestioné el hecho de empezar a cortarme pero siempre lo descarto; imaginarme a Emmy preocupada al ver las cicatrices no es lindo, además ella ya tiene demasiado con el psicólogo y la comida.

Acomodo los pliegues de mi camisa blanca y ajusto el cinturón de cuero, dándome algunas miradas en el espejo. Acabo de afeitarme y mi cabello castaño está mejor peinado de lo usual. Papá me exige que cuide mi imagen, mucho más que antes.

Doy algunos pasos hasta salir al balcón de mi cuarto. La brisa nocturna es un tanto acogedora y la vista desde aquí es engañosamente pacífica: barcos en la bahía, estrellas titilando en el cielo, las luces del patio iluminando suavemente... ah, y no falta el malnacido de Marco charlando con Javier en la piscina.

Que rápido me arruinan una buena vista.

Frunzo los labios y es entonces que escucho unos golpecitos en la puerta.

—Joven Luka —llama Leonardo con su tono formal e impersonal—. Su padre lo espera afuera en el auto.

Tomo aire profundamente, apretando la barandilla.

—En seguida bajo —aviso.

Ya con mi celular en el bolsillo, tomo un saco oscuro a juego con mi pantalón. Cierro la puerta de mi cuarto y camino por un largo corredor, pasando por las habitaciones vacías y silenciosas hasta llegar a las escaleras. Todo es blanco, caro, limpio y sin vida.

Y justo cuando estoy llegando a la entrada principal, la vocecita esa de mierda me interrumpe.

—Hermanito... —habla Marco, seguramente sonriendo cínico mientras se acerca con Javier—. ¿Otra cena de negocios?

—No es de tu incumbencia.

—¿No? ¿Lo dices tú?

De reojo lo observo. Ligeramente mojado y shorts de baño, parece perro de calle, especialmente por el aroma.

Qué Asco El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora