01 | Cruzar la calle.

34 7 0
                                    

Hoy, mi hermanito Sam y yo nos aventuramos en una emocionante misión: comprar todo lo necesario para su gran fiesta de cumpleaños. A sus tiernos siete años, estaba más emocionado que nunca. Sus ojos brillaban como las luces de un árbol de Navidad mientras caminábamos por los pasillos del supermercado.

— ¿Ves, Amanda? —exclamó, sosteniendo una bolsa de globos multicolores— ¡Estos son perfectos para decorar la sala de estar! ¡Y mira, aquí están las serpentinas y las velas!

Reí ante su entusiasmo desbordante— Sí, sí, todo se ve genial —le dije—, pero no olvides la torta. ¿Qué sabor quieres?

Se detuvo en seco, como si hubiera olvidado algo crucial. 

— ¡Chocolate! —gritó, saltando de alegría— ¡Con glaseado de zanahoria y muchas chispas de colores!

Asentí, maravillada por su imaginación. Juntos, llenamos el carrito con todo lo que necesitábamos: globos, serpentinas, velas, ingredientes para la torta y hasta una piñata en forma de dinosaurio. Mi hermanito no podía contener su emoción. Cada artículo era una pequeña victoria en su mundo de cumpleaños.

Después de comprar la gran parte de la decoración, Sam se antojó de helados y como su hermana mayor, lo complacería porque se acercaban sus ocho años.

— Cuando cumplas los nueve deberás comprármelos a mí, eh —reímos.

El sol brillaba con fuerza mientras caminaba con mi hermanito hacia la heladería. Su pequeña mano se aferraba a la mía, y su entusiasmo era contagioso, pero justo cuando estábamos a punto de cruzar la calle, algo captó mi atención.

Un chico, más joven que yo a simple vista, estaba parado en la acera opuesta. Sus ojos estaban fijos en el suelo, y su expresión parecía mezcla de miedo y timidez; sin embargo, no era eso lo que me preocupaba. Era el camión que se acercaba a toda velocidad por la calle.

Mis instintos se activaron como si fuera una superheroína de comic. Sin pensarlo dos veces —por supuesto que pensé mil veces antes de actuar con un ser humano desconocido—, solté la mano de mi hermanito y corrí hacia el chico que por más zoom que tengan sus lentes, no veía el maldito camión.

— ¡Espera! —grité, extendiendo mi brazo para detenerlo. El chico levantó la mirada, sorprendido, y se quedó inmóvil.

El camión pasó rugiendo a centímetros de él. El viento me azotó el rostro, poniéndome fría. Había salvado una vida a costo de la mía. El chico me miró con gratitud, pero no dijo una palabra. Parecía retraído, como si no supiera cómo expresar lo que sentía.

Nerd de mierda, se dice "gracias".

— ¿Estás bien? —le pregunté, tratando de romper el hielo. Asintió tímidamente, y finalmente, sus labios formaron una pequeña sonrisa con frenos. No necesitaba palabras para entender su alivio y agradecimiento— ¿Cómo te llamas? —insistí. Se encogió de hombros. 

— Soy Marco —murmuró—. Gracias por salvarme.

— No hay de qué —respondí, sintiendo que había hecho lo correcto—. ¿Necesitas ayuda para cruzar la calle?

Marco negó con la cabeza, pero su mirada seguía llena de curiosidad. 

— ¿Por qué lo hiciste? —preguntó— No me conoces.

Me extrañé por su afirmación y por mi mente pasó el: "Ni yo sé, me hubieras sabido a culo y a las horas te vería en X o en Facebook con los post de quién tienen el vídeo".

Así que solo me limite a sonreír para no verme tan hija de puta. 

— A veces, no necesitamos conocer a alguien para hacer lo correcto —le dije la peor vulgaridad que nunca saldría de mi boca honestamente—. Solo sé que me alegra haber estado aquí en el momento adecuado.

Calumnia.

Marco asintió, y aunque seguía siendo retraído, sus ojos brillaban con una nueva chispa. Nos despedimos, y mientras caminaba de regreso hacia mi hermanito, me di cuenta de que había hecho algo más que salvar una vida. Había hecho fama lo más seguro, la gente tenías sus celulares activos cerca de mí.

— ¡Eso fue asombroso, Amanda!

— Gracias, gracias —agité mis manos palma abajo y miraba a la nada—. No hagas eso nunca, cuando tengas mi edad sí.

— Oye, me estás diciendo que deje pasar algo así —reclamó.

— Me importas, Bart —apodé a juzgar su físico.

— ¡Ya no me digas de esa forma! Por tu culpa mis amigos me dicen Bartolomeo Simpson.

— ¿Bromeas? Es el mejor nombre del mundo.

— Cómprame mi helado más bien, ya me estoy enfadando.

— Ay, cosita. Si me alcanzas lo pago yo, sino, tú deberás hallar la manera —declaré y salí corriendo con mi hermano pisándome los talones y cargando bolsas más grandes que las mías.  

El Payaso Bobby | '+18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora