Capítulo 3

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A pesar de que nunca se consideró madrugadora, aquella mañana le estaba costando más que ninguna otra.

El dolor de cabeza es tan palpitante que no puede evitar gruñir con molestia. La luz que se cuela por alguna ventana hace que se quiera tapar aún más con la sabana hasta cubrir su rostro. Pero es cuando va a realizar este movimiento cuando todas las alarmas de Adeline se disparan al mismo tiempo.

Ese no es el olor de sus sábanas, ni tampoco su habitación.

Está no es su casa.

Ignorando cualquier dolor se incorpora de golpe con los ojos abiertos de la impresión. Todo resto de sueño se disipa cuando comprende la estupidez que cometió la noche anterior.

Una suave camisa cubre su cuerpo. Una camisa de hombre. Y debajo de esta, nada más que su ropa interior.

"Que no sea cierto." "Por favor, que no sea cierto", no puede parar de repetirse a sí misma mientras, despacio, intentando retrasar lo inevitable, su cabeza gira hacia el otro lado de la inmensa cama en la que se encuentra.

Un grito ahogado se le escapa en cuanto intuye la figura de aquel hombre a su lado. Adeline se tapa la boca con ambas manos con intención de reprimir cualquier sonido.

Es él.

Aún se acuerda de aquel hombre de la apuesta.

Son tan solo flashbacks y pequeños episodios en su memoria dañada por la bebida, pero no le hace falta ser muy lista para comprender lo que pasó. Sobre todo, cuando su mirada recorre el pecho desnudo del desconocido hasta allá en su cadera donde la oscura y elegante sábana se enreda de forma delicada.

Quiere apartar los ojos. Quiere pensar que si vuelve a tumbarse y dormirse despertará en su casa. Con resaca, pero en su casa. Sin embargo, no hay necesidad de pellizcarse, para saber que no es ni un sueño ni una pesadilla, a pesar de que lo parezca.

Los fantasmas del arrepentimiento se ciernen sobre ella de repente haciendo que sus ojos se llenen de lágrimas no derramadas.

Como si pudiese escuchar su acelerado corazón, aquel hombre se remueve durante un segundo terminando boca a abajo, para seguir durmiendo igual de plácidamente.

Por un segundo, Ada duda en que hacer.

Él parece tan tranquilo que la confunde.

Ocupa más de la mitad de la cama por su ancho cuerpo. Y aunque no lo quiera, no puede apartar la mirada de los músculos relajados pero marcados de su espalda.

Se ve relajado con las largas pestañas rozando sus pómulos y los labios hinchados por el calor y lo que sea que hicieron la noche anterior.

A pesar de que duerme plácidamente y de que tiene los ojos cerrados, Adeline es capaz de recordar aquellos peligrosos zafiros azules quemar su piel. Lo recuerda tan vívidamente que se estremece e, inconscientemente, se arrastra hacia el borde de la cama buscando poner distancia entre los dos.

- Diosa, ¿Qué he hecho? - Murmura negando con la cabeza y pareciendo reaccionar al fin.

Nerviosa se levanta de un solo golpe. Sus pies rozan el frio suelo, descalza, pero ni siquiera lo nota por las prisas que le inundan de repente.

Debe salir de ahí cuanto antes.

Sobre todo, antes de que aquel hombre se despierte y tenga que pasar el momento más vergonzoso de su vida.

Su único plan, mientras recoge sus sandalias tiradas a un lado de la cama, es desaparecer de ahí y hacer como si nunca hubiese pasado nada.

No le toma más de dos minutos colocarse de aquella manera el vestido rojo y, casi por rutina, dejar la camiseta perfectamente doblada sobre la cómoda a un lado de la cama.

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