Capítulo 4

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El lobo descarga su ira contra aquella pobre mesilla de noche que poco tenía que ver con el motivo de su frustración. Mantiene su mandíbula apretada mientras perjura contra todo. Pero ni siquiera eso le podría tranquilizar ahora mismo.

Sus ojos azules, que ahora brillan en cólera, se fijan en la camisa perfectamente doblada y dejada antes de una huida. De que ella huyera de él.

El dulce olor de aquella joven aún inunda sus sabanas y aquella prenda. Lo inunda todo en aquella habitación como queriendo colarse en su piel para siempre. O al menos es lo que desea.

Aunque ahora no sea nada más que el recuerdo de que no lo soñó. Y peor, de que ya la había perdido incluso antes de despertar.

Su respiración es entrecortada haciendo que su pecho suba y baje en busca de aire. Sus ojos brillan dejando mostrar la furia de su animal interior al que apenas parece controlar ahora mismo.

Como si tratase de saborearlo, el lobo roza con las yemas de los dedos la tela de la camisa y suspira tratando de calmarse.

Solo entonces recupera su compostura y parece pensar con claridad.

Su espalda, antes tensa, se relaja dejando a sus músculos descansar. Unos pantalones de pijama son todo lo que adorna su figura y si te acercaras, podrías ver las marcas de unas pequeñas uñas allí por donde ella pasó.

Su pelo, oscuro como el carbón, cae ahora desordenado marcando sus rasgos faciales dejando por obvio que se acaba de despertar.

A pesar de su ceño fruncido, una sonrisa ladina no puede evitar iluminar parte de su rostro. Una sonrisa que suena a promesa.

- Juguemos al ratón y al gato, pequeña Adeline. - Gruñe con voz ronca y lleno de determinación.

Una sentencia de caza que está seguro de que cumplirá.

**********

A pesar de que ya no tiene la resaca bombardeando sus sienes, algo sigue pitando en su cabeza constantemente. Un zumbido que, sumado a los gritos de los niños, le hace la jornada de trabajo aún más complicada.

- Quedaos quietos. Ya casi es el descanso, por favor.

Pero, a pesar de sus cansadas súplicas, los pequeños parecen tan alterados como sus sentimientos y no parecen querer cooperar. Adeline está a punto de perder la calma cuando suena el timbre dando por finalizada la clase.

Todos salen con sus pequeños y torpes pasos disparados de la clase hacia el parque trasero dejándola a ella sola atrás en aquella habitación.

Las paredes están llenas de dibujos con acuarelas hechas por sus alumnos y en una pizarra están escritas las vocales que trataba de enseñarles. Normalmente adora enseñar y ser maestra. Pero hoy, claramente, no es su día.

Y saber la razón de porqué, tampoco le ayuda en absoluto, es más, le tortura. Por eso prefiere ignorarlo.

- Profesora.

Adeline se lleva la mano al pecho sorprendida por la repentina aparición de esa infantil voz. Tan distraída en su propio mundo que no se había dado cuenta de que no todos sus alumnos se habían marchado.

Una niña de graciosas coletas y tan sólo un paleto la mira desde abajo con los ojos bien abiertos.

- Dime, cariño. ¿No irás con los demás niños?

La castaña se agacha a su altura y la niña no pierde tiempo para tirarse a sus brazos con una mueca entre afligida e indignada.

- Mateo dice que no es mi mate. ¡Pero yo sé que sí!

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