Capitulo 4

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Helena

Me levanto temprano, antes de que amanezca, para salir a correr y luego entrenar con Avery. Esa ha sido mi rutina en los últimos días. Sin embargo, los entrenamientos no van muy bien. Siento que no avanzo. Avery solo me golpea y me da ánimos para la próxima, pero no me enseña realmente. Solo quedan dos días para el próximo combate y necesito demostrar un avance.

—Muy bien, creo que estás lista —me dice Avery, muy contenta después de haberme molido a golpes.

—Gracias por tu ayuda.

—Que tengas un lindo fin de semana —se aleja despidiéndose con la mano.

Avery y todos los demás se irán a sus hogares a pasar el fin de semana junto a sus familias. Entro a la cabaña y se siente diferente. Mis compañeros no estaban y ya me había acostumbrado al griterío de Avery y a las constantes peleas de los mellizos. Para algunos, sería un silencio placentero, pero para mí es el ambiente perfecto para hundirme en mis pensamientos y recuerdos dolorosos.

Acomodo las cosas en la mesa, lista para almorzar, pero la puerta se abre de golpe, dejándome ver a la persona que acaba de llegar: Viggo.

—¿Aún no te vas a tu casa? —le pregunto al sargento que se dirige hacia mí.

—No tengo dónde comer hoy, así que vine a robar de tu comida —el hombre corpulento se acomoda en una de las sillas del comedor, la cual parece que se va a romper tratando de resistir a ese gigante—. Además, no podía dejar a una dama sola.

—No soy una dama y no necesito que nadie me cuide —le respondo con un leve sonrojo—. Aun así, te lo agradezco.

—Lo sé, pequeña —me regala una de sus cálidas sonrisas.

Sirvo un plato para él y nos sentamos juntos en la mesa. Viggo era una persona muy cálida; estar con él me provocaba una sensación extraña en el pecho.

—Cuéntame de ti.

—No hay mucho que contar —le respondo al fortachón.

—Algo debe haber.

—No mucho. Vivía en el orfanato desde que tengo memoria y nunca fui bendecida por los dioses con un don, esa es mi historia.

—Y en el orfanato, ¿no tenías amigos? ¿No te enamoraste? ¿O te escapabas con tus amigos a hacer estupideces en el pueblo?

—Solo tuve un amigo, hasta que falleció cuando yo tenía unos 14 años. Así que no, no nos alcanzó el tiempo para escaparnos a hacer estupideces —mi rostro cambia a una expresión incómoda.

—Lo siento mucho —me dice preocupado—. ¿Puedo saber por qué falleció tu amigo?

—No quiero hablar de eso —trato de mantener mi rostro serio; no quiero que indague más en el tema. Si lo hace, me quebraré frente a él y no puedo permitirme mostrar debilidad.

—Bien, gracias por la comida —se levanta de su silla—. Pasaré por ti a las diez de la noche. Será mejor que te arregles lo más que puedas —me ordena con su tono autoritario.

—¿Por qué? ¿Dónde me vas a llevar?

—Nos escaparemos al pueblo a hacer estupideces. No puedo dejar que alguien de mi escuadra no tenga historias que contar —se va sin esperar una respuesta de mi parte.

Una sonrisa aparece en mi rostro ante su invitación. Quizás este fin de semana no será tan solitario después de todo. El tiempo pasa muy rápido mientras me arreglo. No sé a dónde me llevará, pero aún no es tiempo de paga en Nimbus y no me he podido comprar vestidos. Recuerdo las palabras que me dijo Avery hace unos días: Si necesitas algo, maquillaje o lo que sea, no dudes en pedírmelo o solo tómalo y ya.

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