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Meses después…
 
Estaba más nerviosa de lo habitual; no era la primera vez que visitaba el local de la Gran Seoul , pero sabía con quién tenía que encontrarse inevitablemente, ya que era el propietario, y aunque había decidido cambiar de zona para no supervisar su restaurante, un cambio inesperado de política de empresa, y algunas bajas en la compañía, hicieron que se le asignara precisamente aquella zona de nuevo.    

Llevaba varios días con pesadillas, fruto de los nervios, y a pesar de que meses atrás decidió apuntarse a unas clases de boxeo para liberar el estrés que le suponía su trabajo, no había funcionado.

Se levantó aquella mañana dispuesta a no dejarse amilanar: se puso su mejor traje, uno que compró en una boutique de moda de la capital, los tacones de los domingos (aquellos rojos que no podía llevar más de dos horas seguidas, pero que le estilizaban tanto las piernas) y se arregló su larga melena castaña, planchando un poco los mechones rebeldes que amenazaban con curvarse hacia arriba. Se miró de nuevo al espejo y se retocó el maquillaje, sonrió y se auto-convenció de que podía hacerlo.
 
SeokJin se levantó dispuesto a comerse el mundo aquella mañana. Llevaba una buena racha en el restaurante, y parecía que la cosa iba viento en popa. Los primeros años fueron muy difíciles, hasta que el negocio arrancó; si bien la dirección de la franquicia le había ayudado en todo, era ahora cuando empezaban a verse los frutos de su esfuerzo. Llevaba días pensando en Adri: hacía meses que no pasaba por allí, y ni siquiera le dejó lugar a réplica. Recordaba cómo salió por la puerta sin ni siquiera mirarle…
 
Adri cogió un taxi que la llevó a la puerta del restaurante porque era imposible aparcar por allí, así que ya ni lo intentaba. Durante el trayecto intentó convencerse de que podía hacerlo sin alterarse demasiado. SeokJin la ponía nerviosa y no podía evitarlo. Se bajó del coche como las “celebrities”; debía ponerse en su papel de “Cruella de Vil” si quería tener éxito: primero una pierna, después la otra. Se levantó y alisó la falda, recolocó el bolso negro en el hombro derecho y suspiró. 

La calle, ruidosa como de costumbre, estaba adornada con carteles que anunciaban el carnaval de aquel fin de semana. Niños que corrían disfrazados de superhéroes, mientas sus madres gritaban que tuvieran cuidado al cruzar. ¿Sería ella madre alguna vez? Aquel pensamiento la hizo parar de golpe, provocando el choque con un señor que iba justo detrás suyo. Se disculpó, saliendo así de su ensoñación. Nunca se había planteado la posibilidad de ser madre. Quizás ahora, se daba cuenta de que necesitaba sentirse importante para alguien. 

Se dirigió hacia el restaurante, con paso firme y seguro. Aún permanecía cerrado; paró en la puerta de madera de nogal y se levantó las gafas de sol de marca.  Llamó a la puerta con tres golpes contundentes. No hubo respuesta. Insistió. Nada.

—No puedo creerme que no haya llegado todavía —se lamentó, mirando su reloj y viendo que eran las nueve en punto.

Volvió a llamar. Nada. Cuando ya estaba dándose la vuelta y con el móvil en la mano para llamar a su jefe, la puerta se abrió. Se le erizó el vello de la nuca. Se giró, las gafas se le resbalaron y se le volvieron a colocar en el puente de la nariz. Pese a lo absurdo de la situación, miró a SeokJin que, sorprendido, la observaba sin pestañear. Ambos se observaban. Ella ya podía notar el cosquilleo en su estómago.

Cambiaría las clases de boxeo por las de meditación del centro cultural. Definitivamente.

Pasaron unos segundos hasta que SeokJin reaccionó y se separó un poco de la puerta, invitándola a entrar. 

—Buenos días —dijo ella muy seria, pasando por su lado.

—Eran buenos, sí —contestó él—. ¿No hay más sitios que visitar, que tienes que venir a fastidiarme precisamente hoy?

MALDITA BRUJA 🧁Kim SeokJin 🧁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora