Adri se despertó, sobresaltada, empapada en sudor y con el corazón completamente acelerado. Buscó en la habitación cualquier indicio que la hiciera comprender que aquello no había sido un sueño; no podía serlo. Se levantó, retirándose los empapados mechones del flequillo, y buscó a tientas las zapatillas de rizo rosas con topitos.
—¡Mierda! ¿Qué día es hoy? —se preguntó.
Miró su teléfono móvil y vio que aún era 18 de febrero.
«No, no, no… Esto no me puede estar pasando a mí», murmuraba mientras cogía la agenda de su bolso, colgado en la silla de su cuarto. La abrió y vio claramente escrito en el recuadro correspondiente al 18 de febrero: Supervisión a Kim SeokJin. Gran Seoul. Creyó que se iba a desmayar allí mismo. Cayó derrotada en la cama, mirando al techo durante unos segundos, pensando qué hacer. Se incorporó. No iría a la cita. Se negaba a ir. Si tenía que pasar por la tensión de aquel momento nuevamente, no lo iba a resistir. Después pensó en su jefe, en la empresa, y en SeokJin… y supo que debía hacerlo.
Se duchó durante más de media hora, intentando relajar los músculos en tensión, y se puso un pantalón de pinzas negro y una camisa blanca de manga tres cuartos anudada a la cintura. Zapatos cómodos. Se recogió el pelo en una coleta y se maquilló suavemente. Cuando lo tuvo todo listo, volvió a mirar el móvil por si había visto mal… No, era 18 de febrero. Se puso el abrigo y salió por la puerta. Lo de SeokJin nunca pasó. Se disgustó como si le hubieran arrancado un caramelo de la boca.
Cogió un taxi que la llevó a la puerta del restaurante. Iba más nerviosa que de costumbre, aquel sueño la había trastocado. Suspiró y se deseó suerte a sí misma. Bajó del taxi con las piernas temblando y respiró hondo. ¿Qué podía pasar?
Se acercó a la puerta principal, se recolocó la ropa y golpeó la puerta tres veces. Ni un solo ruido. Miró el reloj, eran las nueve en punto. Volvió a golpear la puerta dos veces más.
SeokJin, que se había quedado dormido repasando unas facturas, se sobresaltó con los ruidos en la puerta.
—Mierda, ¿qué hora es? —Se preguntó mientras miraba su reloj de pulsera—. ¡Joder! —maldijo mientras recordaba el sueño tan erótico que acababa de tener.
¡Menudo sueño! Se calzó las deportivas y volvieron a llamar a la puerta. Se apresuró, no fuera un proveedor y abrió, vistiendo únicamente un pantalón corto, sin camiseta, y luciendo su tatuaje como nadie. Ambos se quedaron mirándose a los ojos, SeokJin la miraba, entre incrédulo y divertido, pero ninguno habló. Adri se adelantó dos pasos, él se retiró a un lado para dejarla pasar, aún sin pronunciar palabra. Ella se quitó las gafas de sol, las guardó en el bolso, se acercó a una de las mesas del comedor y soltó sus cosas; colgó el abrigo y agachó la cabeza. Cerró los ojos, fue una mezcla de decepción por no haber vivido realmente aquel día y pasión al ver a SeokJin sin camiseta. Era espectacular. Notó un picor en la nuca y supo que él estaba detrás de ella.
—Dime que tienes merengue en la cocina —dijo Adri.
—Dos bandejas —contestó SeokJin—. ¿Cómo lo sabes?
Adri sonrió y empezó a desabrocharse la camisa, aún de espaldas a él. Lo iba a hacer. Aquello tenía que ser una señal.
SeokJin miraba cómo las manos de Adri se movían, no podía ser cierto: por fin, la bruja de Adri iba a caer rendida a sus pies.
—Eres una bruja —le dijo.
—Lo sé —dijo mientras se giraba, mostrándole sus pechos, rebosantes en un sujetador de encaje—. ¿Y qué piensas hacer? ¿Dime?
SeokJin la miró, atónito, no podía ni moverse. Mucho menos articular palabra.
Adri se le acercó, despacito, puso las manos en sus caderas y acercó su boca al cuello de él. Le besó allí, y SeokJin se endureció al instante. Entonces reaccionó y acabó de retirar la camisa de ella.
—Pensaba que no ibas a moverte.
—No me esperaba esto… Yo… Creí que nunca iba a tenerte así.
—¿Así, cómo? —dijo ella, rozándose deliberadamente contra él.
—Maldita bruja… —dijo, levantándola por las caderas y acostándola encima de la mesa.
Y así fue como la bruja de los zapatos rojos rompió el hechizo e hizo realidad aquel sueño.
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