Primer capitulo

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El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte cuando una suave luz dorada llenó la habitación de Harry. Sus pequeños ojos se entreabrieron, parpadeando al notar el brillo de la mañana. Se dio la vuelta en su cuna, buscando la figura familiar de su padrino. Desde que había llegado a la casa de los Black, Harry se había acostumbrado a despertar con el rostro sonriente de Sirius inclinándose sobre él, preparado para comenzar el día con una energía inagotable.

Pero esta mañana era diferente. Al abrir los ojos completamente, Harry vio a Severus sentado a su lado, con una expresión inusualmente suave en su rostro. Los ojos oscuros del hombre, que normalmente reflejaban severidad, estaban llenos de una ternura que reservaba solo para Harry.

—Buenos días, Harry —murmuró Severus, acariciando suavemente la cabeza del niño—. ¿Listo para un nuevo día?

Harry balbuceó una respuesta incoherente, extendiendo sus pequeños brazos hacia Severus. El hombre se inclinó y lo levantó con cuidado, sosteniéndolo cerca de su pecho. Había aprendido a ser suave con el niño, a pesar de su naturaleza más rígida y reservada. Cada momento con Harry era una lección de paciencia y amor, una oportunidad para demostrar que, a pesar de sus defectos, podía ser el padre que el niño necesitaba.

En la cocina, Sirius estaba preparando el desayuno. Había decidido que esa mañana tendrían algo especial: tortitas con miel y frutas frescas. Se giró cuando escuchó los pasos de Severus y el balbuceo alegre de Harry.

—¡Buenos días, pequeño! —exclamó Sirius, dejando la sartén en el fuego y acercándose para saludar a Harry con un beso en la frente—. ¿Listo para un festín?

Harry rió, su risa llenando la habitación con un sonido que ambos hombres apreciaban más que cualquier otra cosa. Sirius y Severus compartieron una mirada, una de esas miradas que contenían más palabras de las que podían expresar. Era una mirada de comprensión, de mutuo respeto y amor, un recordatorio de la familia que habían construido juntos.

El desayuno fue una mezcla de risas, conversaciones y el inevitable caos que acompañaba a un niño pequeño. Harry, con su curiosidad insaciable, intentó alcanzar todo lo que estaba a su vista, derramando jugo y esparciendo fruta por la mesa. Pero ni Sirius ni Severus se molestaron. En esos momentos, se permitían disfrutar de la simplicidad de la vida familiar, de la alegría de estar juntos y de la promesa de un futuro lleno de posibilidades.

Después del desayuno, Sirius llevó a Harry al jardín trasero. Era un pequeño espacio que habían transformado en un lugar de juegos para el niño, con flores encantadas que cambiaban de color y pequeños animales mágicos que correteaban por el césped. Harry se sentó en el suelo, mirando fascinado a una mariposa de colores que revoloteaba a su alrededor.

Mientras tanto, Severus se quedó en la casa, ordenando la cocina y preparando pociones para el día. A pesar de su nuevo rol como padre y esposo, su pasión por las pociones seguía siendo una parte integral de su vida. En la tranquilidad de su laboratorio, encontraba una especie de paz, una forma de canalizar sus pensamientos y emociones.

Pero incluso en esos momentos de soledad, su mente siempre volvía a Harry. Pensaba en la responsabilidad que habían asumido, en el futuro que debían construir para él. Sabía que el mundo mágico seguía siendo un lugar peligroso, especialmente para un niño como Harry, cuya existencia estaba marcada por una profecía que podría determinar el destino de todos.

El jardín trasero de la casa de los Black en el campo estaba lleno de vida y colores vibrantes. El suave murmullo del viento entre los árboles se mezclaba con el canto de los pájaros y las risas de Harry, que perseguía a una pequeña mariposa mágica que había captado su atención. Sirius observaba al niño con una sonrisa, sintiendo una profunda satisfacción al ver lo feliz que estaba.

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