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Él llegó a Anor Londo un día, sin previo aviso, incapaz de ser detenido por ninguno de sus soldados. Era como la brisa, soplando entre las aberturas de sus estratégicas formaciones. Los humanos no eran permitidos en la legendaria ciudad de los dioses; al menos no desde que Gwyndolin, el sol oscuro, estaba a cargo. 

La era del fuego había logrado continuar y, con más razón, el sol oscuro procuró acatar las órdenes de su padre con mano de hierro. Los humanos jamás serían permitidos en las tierras que su padre le había confiado. No, él cumpliría su papel hasta el fin de su divina vida. Mientras tuviera fuerzas en su ser, protegería su hogar. 

   ─ Has llegado lejos para ser un simple humano, que es cuanto menos admirable.

A las puertas del castillo principal, aquel varón fue finalmente detenido por nada más ni nada menos que el último dios que todavía residía en la gran Anor Londo. Se alzaba sobre sus seis serpientes, inspeccionando con ellas al valeroso mortal que tenía delante. Con casi tres metros de altura, imponía severamente con su presencia. Sin embargo, ese humano no cambió su semblante.

   ─ Sinceramente, nunca he estado más cerca de morir. Pero ha valido la pena completamente. No todos los días uno puede conocer al gran dios Gwyndolin, después de todo.

Sus blancos cabellos cayeron hacia su derecha cuando ladeó su cabeza con ligereza.

   ─ ¿Ese es tu propósito en las tierras de los dioses? ¿Poder conocerme?

A la lejanía, sus caballeros plateados se acercaban rápidamente hacia donde ambos se hallaban.
Ese encuentro parecía que no duraría mucho más.

   ─ Es correcto, gran dios Gwyndolin. Mis hermanas siempre me contaron sobre usted, sobre sus grandes hazañas, sobre las adversidades que ha tenido que afrontar como único representante de las deidades en sus tierras. Tenía que conocerle en persona, aunque fuera solo una vez.

   ─ Mortal, dudo que tu temerario actuar comprenda quién soy yo más allá de las historias de cuna que has oído sobre mí al crecer ─ Su voz era suave, como hojas de un árbol silbando al son del viento ─. No soy tu dios, ni ustedes mi gente. Les he exiliado y atrapado allá en lo profundo de las montañas; ¿Cómo puedes creer en un dios que no te reconoce?

   ─ Quizás sus divinas palabras me nieguen, gran dios Gwyndolin. Pero el calor que de mi pecho emana sigue ardiendo. Aunque para usted yo sea un simple estorbo, mi alma vocifera, dice que estoy en lo correcto al creer en la fuerza que emana del rey del sol oscuro ─ declaró con firmeza, los ojos azules mirándolo con impresionante determinación.

Gwyndolin alzó su brazo derecho hacia delante, la palma extendida.
El humano pareció confundido, hasta que volteó hacia atrás. Los caballeros habían desenvainado y estaban por acabar con su vida, tan silenciosos y eficaces como solían ser.

   ─ No toquéis a este humano. 

Los caballeros guardaron sus espadones en una fracción de segundo.
La máscara del sol, con sus puntas extendidas hacia todas las direcciones, se movió hasta quedar frente al humano. Los labios descansando, con seriedad inmensa. Entonces habló.

   ─ Eres peculiar, eso sin dudar. Sería un sin sentido acabar contigo, incluso pese a tu intromisión en estas tierras prohibidas. Hay algo cálido en tu interior, algo verdadero, pese a tu naturaleza mortal ─ Algunas de sus serpientes dieron vueltas alrededor del joven, curiosas ─. Quiero que sirvas para mí, que demuestres tu valía. 

Por primera vez, hubo un titubeo en el semblante del contrario.
Parecía no haber contemplado un escenario así.

   ─ S-Sería... eso sería un grandioso honor, gran dios Gwyndolin ─ terminó por decir.

   ─ Caballeros míos ─ exclamó el dios, las comisuras de los labios levemente alzadas, satisfecho ─. Regresen a sus puestos. No dejen pasar a ningún otro ser humano, nunca. Esta es una excepción, pues en él hay un fuego singular que es difícil de ignorar. Desde ahora, este humano es miembro de la Espada de la Luna Oscura.

Con un movimiento fluido, Gwyndolin se giró y comenzó a andar hacia el castillo, las serpientes andando de tres en tres para procurar su estabilidad. Era casi como si flotara, ahí, encima de todos los demás, con una gracia inhumana. 

   ─ ¿Cuál es tu nombre, humano? ─ cuestionó, frenando sus pasos con ligereza.

   ─ Edric, mi gran señor.

   ─ Edric, ya veo ─ murmuró, luego continuó andando a un ritmo más veloz ─ Anda mi senda, Edric. Brillas más que tus semejantes, no dejes mis expectativas derramarse en vano.

El joven asintió rápidamente, luego le siguió dentro.
Así fue como ambos se conocieron; una conversación que convenció a un dios de dejar a un ser humano entrar a sus aposentos. Un recuerdo hermoso en medio de una tormenta tenebrosa.


ɢᴡʏɴᴅᴏʟɪɴ: 𝒞𝑒𝓃𝒾𝓏𝒶𝓈 𝒹𝑒 𝒮𝑜𝓁𝑒𝒹𝒶𝒹 𝐼𝓃𝒻𝒾𝓃𝒾𝓉𝒶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora