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La Lanza de Luz Solar de Edric, el humano de Anor Londo, alcanzó finalmente los cielos cuando este cumplía treinta y ocho años de edad. Había domado la luz, como si de un dios se tratase. 
Se había convertido en una figura de admirar para todos los caballeros plateados. Muchos lo consideraban incluso un hermano, pues su humanidad no lo demeritaba en lo absoluto.

Hubo un gran banquete como celebración.
Fue una noche llena de cantos, bailes y felicidad. 
Gwyndolin fue escuchado riéndose, al ver a Edric tratar de bailar. Luego, le enseñó a su querido segundo cómo hacerlo correctamente. El ambiente en Anor Londo estaba cambiando, convirtiéndose en lo que alguna vez había sido; luz para el mundo.

La noche fue larga, mas divertida y preciosa para todos aquellos involucrados.
Los únicos que rondaron el castillo a la mañana siguiente, fueron ellos dos. Conversaban riéndose, con una confianza irrompible en el otro.

   ─ Mis manos ahora alcanzan los cielos ─ comentaba Edric, sentado sobre una alta barda que daba al vacío. Gwyndolin, tan alto como era, recargaba sus brazos sobre la estructura, quedando a la par del humano.

De reojo, observaba al ahora hombre.
Sus rasgos apenas habían cambiado. Se veía como un joven de no más de veinticinco años de edad. Supuso que tenía que ver con los milagros y la fuerza que tan anormales eran en él. En parte eso lo alegraba, pues significa que disfrutaría de su compañía un poco más de lo que era común. Sus ojos azules seguían siendo tan profundos como siempre. Eran hipnotizantes. 

   ─ Tal como esperaba, tu alma no solo no ha dejado de hacerse más fuerte, sino que continúa creciendo con gran intensidad. A medida que envejeces, tu poder se vuelve más potente. Eres todo un caso, Edric ─ comentó, sonrisa en los labios, sinceramente feliz.

   ─ Mi alma no hubiera alcanzado esta fuerza de no ser por el dios que creyó en mí, te recuerdo.

Gwyndolin rió.
Edric observó sus labios, tranquilos, serenos, inmaculados.

   ─ ¿Sabes? ─ habló en voz baja, casi en secreto ─ Siempre me he preguntado como luce tu rostro, Gwyndolin.

El sol oscuro abrió ligeramente su boca, sorprendido por la pregunta.
Se habían conocido por diecisiete años. En ningún momento se había retirado su máscara del sol. Nunca lo había pensado con anterioridad, pero era cierto.

   ─ El símbolo del sol representa mi compromiso para con esta ciudad, pues nunca la abandonaré. Pertenece a mi cuerpo, es parte de mí. Soy Gwyndolin, el sol oscuro ─ decretó con seriedad. Edric asintió entonces.

   ─ Entiendo, entiendo. Es parte de ti, así que está bien.
Respeto tu convicción, mi querido y terco Gwyndolin.

Algo dentro de esas palabras, sinceras y bondadosas, lo hicieron vibrar.
Así que habló.

   ─ Sin embargo, creo que puedo hacer otra excepción por ti.

   ─ ¿O-Oh? ¿De verdad? No tienes que hacerlo si así lo deseas, Gwyndolin. 

   ─ Está bien, Edric. Es lo que deseo.

Gwyndolin retiró sus brazos de la barda, andando con lentitud hacia ponerse frente a frente con Edric. Llevó sus pálidas manos hacia la máscara, accionando un mecanismo que hizo un pequeño «clic», antes de ceder. Las manos del dios la detuvieron antes de que cayera, sin revelar todavía su rostro. Edric tragó saliva, los cachetes ligeramente enrojecidos.

   ─ Yo soy Gwyndolin, líder de la Espada de la Luna Oscura. El hijo menor de Gwyn, afín a la luna desde mi nacimiento. El último dios de Anor Londo... soy yo.

Retiró la máscara, pasándosela a sus serpientes.
Su rostro era hermoso. Pálido, mas lleno de vida. Suave a la vista, como el algodón. Sus ojos plateados miraban a Edric. Su nariz era pequeña, preciosa, un tanto respingada. Mechones sueltos de su cabello blanco caían sobre su rostro. Sus labios concordaban armoniosamente con el resto de su cara. Sus rasgos, tan finos, tan perfectos. No había lugar a dudas.
Gwyndolin era precioso.

El hablar de Edric había sido robado.
Los ojos bien abiertos, la boca con ligeros espasmos, pues, aunque anhelaba decir algo, encontraba la belleza del dios demasiado inmensa como para ponerla en palabras. Acercó sus manos al rostro del contrario, mas un reflejo que un pensamiento. Gwyndolin no protestó, dejó que Edric pusiese sus manos sobre sus mejillas. 

Sus manos abarcaron ambos laterales de su rostro.
Las puntas de los dedos alcanzaban las orejas de aquel peliblanco. Eran tan suaves como sus mejillas. La sensación de tocar a Gwyndolin era extraña, como palpar un lago que jamás ha sido perturbado. 

   ─ ¿Quién te ha cortado la lengua, Edric? Aunque te veo incapaz de decir algo, tus manos se encuentran algo ocupadas, disfrutando de la piel de un dios ─ señaló el peliblanco, burlón.

   ─ Eres precioso.

El sol oscuro no respondió inmediatamente. 
Parpadeó con calma, pensativo sobre lo que acababa de oír. Sus mejillas blancas, en cambio, se tiñeron de un rosado algo brillante. El corazón galopaba cual caballo. Todas las sensaciones anteriores se juntaron bruscamente en su interior, explotando dentro de sí. La sonrisa se le dibujó por su cuenta.

   ─ Me complace escuchar que un mortal como tú al menos comprenda la belleza de un dios ─ atinó a responder, encontrándose fuera de su zona de confort por completo.

   ─ La belleza de un dios no ─ replicó Edric ─ solamente la belleza de Gwyndolin, el dios de la luna oscura.

Su cuerpo se electrificó por completo.
Mas no era la sensación de una lanza de luz solar erizando su piel, sino algo interno que estalló desde su corazón hasta cada extremidad de su cuerpo. Gwyndolin se vio impulsado a tomar a Edric. Un impulso que venía desde lo más profundo de las raíces que alguna vez pertenecieron a humanos comunes; El deseo carnal.

Sus labios alcanzaron a los de Edric.
Lo besó, replicando aquel movimiento que tantas veces había visto a lo largo de su eterna vida, pero que poco o nada le interesaba. En ese momento, le había encontrado el sentido. Nunca había sentido tanta energía, tal motivación por hacer algo. La sensación era poderosa, esos labios, carne sin más, sabían a oro puro, calentando su alma de una manera que jamás antes había sentido.

El calor en su estómago era embriagador.

   ─ Amo tu carne...

Balbuceó el dios, visiblemente aturdido, al separarse un instante de Edric.
Fue la primera vez que encontró sus sentidos sobrecargados.

   ─ ¿Vas a comerme, Gwyndolin? ─ le contestó el caballero, risueño, aunque sonrojado del todo. Algo dentro de su actuar hacía parecer que esperaba poder decir eso desde hacía mucho tiempo. 

   ─ Si tu dios te lo pidiera... ─ empezó a decir, agitado, deseoso de volver a sentir a ese humano.

   ─ Así es, su majestad ─ interrumpió, solo para volver a besarlo.

Gwyndolin lo alzó de aquella alta barda con gran facilidad.
Lo cargó y mantuvo en sus brazos, abrazándolo con fuerzas, sintiendo su piel, sintiendo su calor. Se hizo uno con aquel sol en miniatura, con esos ojos azules que lo hechizaron de poco en poco, atravesando la jerarquía que existía entre ambos. Como la brisa, le golpeó de pronto en un día caluroso, refrescando su vida y dándole tranquilidad. Una tranquilidad que nunca había sentido. 

La sensación, la piel, la felicidad.
Más que una memoria, era un fragmento de su alma. 
No importaban las circunstancias; Gwyndolin era capaz de sentir sus labios, sus pequeños y cálidos labios, como si volviera al tiempo y al lugar. Era parte de él.


ɢᴡʏɴᴅᴏʟɪɴ: 𝒞𝑒𝓃𝒾𝓏𝒶𝓈 𝒹𝑒 𝒮𝑜𝓁𝑒𝒹𝒶𝒹 𝐼𝓃𝒻𝒾𝓃𝒾𝓉𝒶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora