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Él era un joven de alrededor de veintitres años. 
Cuando llegó, vestía una armadura harapienta, tenía heridas en los brazos y en el rostro. Cabellos cortos, negros. Unos ojos, sin embargo, azules como el océano profundo. Un par de años después, una armadura plateada pulida y una espada afilada eran lo que el caballero Edric portaba cada día, casi religiosamente.

Aunque sabía pelear desde antes de llegar a Anor Londo, fue entrenado para convertirse en un hombre más poderoso, más «divino», por decirlo de alguna manera. Cuando no entrenaba, era escolta de Gwyndolin, siempre detrás suyo, en todo momento y lugar. Era como su sombra. El humano Edric era quien más tiempo solía pasar con el dios Gwyndolin.

   ─ Mi padre, el rey de los dioses, me encomendó cuidar esta ciudad antes de partir hacia el horno de la primera llama, de esto hace más de mil años. Desde entonces, el único que todavía reside aquí soy yo. Así seguirá siendo, pues sin mí, esta ciudad ya no sería del linaje solar.

   ─ Gran dios Gwyndolin, yo...

   ─ Edric ─ interrumpió el mayor, encontrándose sentado sobre una bella banca de mármol blanco, ahí, en una terraza que daba vista al hermoso reino de Anor Londo. El viento danzaba con suavidad sobre la estructura ─. He de recordarte que puedes referirte a mí como Gwyndolin, los honoríficos no son necesarios. Has demostrado que eres más que palabras, así te has ganado mi respeto.

   ─ C-Cierto, discúlpeme, Gwyndolin. Me es difícil no demostrarle cuánto respeto le tengo yo a usted. No quiero ser condescendiente ni nada parecido, es solo una costumbre.

   ─ Encuentro demasiada preocupación en tu mortal ser. Conozco tus intenciones, el fuego de tu alma es congruente con tu actuar. Procede con tu idea anterior, joven humano.

   ─ Le comentaba, Gwyndolin, que yo realmente no comprendo muy bien cómo funcionan los planes de los dioses. Ni sus poderes, ni su fuerza, ni siquiera su mentalidad.

Gwyndolin miró al joven, los brazos sobre la barda de piedra de la terraza.
No llevaba su casco, por lo que el viento hacía ondear sus cabellos mientras él miraba la ciudad con ojo de halcón. Rayos del sol caían cerca de él, pues el cielo se encontraba parcialmente nublado. Una sonrisa diminuta apareció en su rostro. Estar cerca de un humano tan extraño hacía que pensara más allá de su inmortal presencia.

   ─ Es normal que tú no seas capaz de ver el panorama que una deidad sí, pues el diseño de algo tan formidable no fue concebido para vuestra comprensión. Rayos, dragones, dioses, es un terreno que está completamente por encima de su frágil naturaleza.

   ─ Los dioses sí que son extraordinarios ─ expresó, con una sonrisa radiante sobre su rostro trigueño. Lejos de ofenderse, parecía asombrarle cuán grande era el mundo en verdad.

La opinión que Gwyndolin tenía sobre los humanos había ido cambiado desde que Edric había llegado a sus filas. Al contrario de lo que había llegado a pensar de ellos, pudo reconocer bondad, sinceridad y admiración en un pequeño ser de no más de metro ochenta de altura. Tenía un alma bella, con una llama fulgorosa como el mismo sol en los cielos. 

Antiguamente tan receloso de este individuo, ahora veía algo más en él.
Se levantó de la banca, andando sin apuro ninguno hacia el joven. Se posicionó a su lado, mirando hacia el horizonte como el ojiazul hacía. Respiro el aire puro un par de veces, disfrutando de este. En un mundo que casi se había fracturado por completo, él era libre.

   ─ Si así lo deseas, puedo enseñarte nuestras maneras ─ mencionó, tras unos breves segundos de silencio. Su voz derramaba calidez. Edric redirigió sus ojos hacia el dios, con una expresión anonadada. Había sido dejado sin palabras una vez más. Gwyndolin lo encontró cómico.

   ─ ¿U-Usted haría eso por un simple humano, señor Gwyndolin?

   ─ No por un simple humano, no, es verdad ─ una de las serpientes del sol oscuro se aproximó al hombro de Edric y, como si fuera una mano, le dio unas ligeras palmadas amistosas ─. Lo haría por mi caballero plateado Edric, el humano de Anor Londo.

La sonrisa del muchacho casi lo deslumbró.
Fue una sensación curiosa, algo que antes no había sentido; su corazón se paralizó un segundo. Más que doloroso, como algo así se escucharía, fue algo placentero. La confusión hizo ladear la cabeza al de blancos cabellos, mas no dijo nada. Siguió disfrutando la brisa.

Uno de sus más preciados recuerdos.
Junto con un par más, estos se resistían ante la adversidad.


ɢᴡʏɴᴅᴏʟɪɴ: 𝒞𝑒𝓃𝒾𝓏𝒶𝓈 𝒹𝑒 𝒮𝑜𝓁𝑒𝒹𝒶𝒹 𝐼𝓃𝒻𝒾𝓃𝒾𝓉𝒶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora