Capitulo 05.

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Día 03-Parte III

Lo sentías tan real.

La calidez de sus labios aplastando los tuyos absorbiendo toda tu esencia con besos abrazadores, succionando tu alma. El fuerte agarre de sus dedos sosteniendo tu mandíbula, su duro pecho presionando contra tu fina espalda, presionándote más a él en un abrazo posesivo.

Todo pareció tan vívido, tan surreal, hasta que la fuerte caída te devolvió a la realidad golpeando tu cabeza contra el suelo, despertando de inmediato con la realidad encontrando los grandes pies de tu esposo parado a tu lado. Te quejaste por el golpe frotando la palma de la mano sobre el cuero cabelludo, haciendo un gesto de dolor, levantaste la barbilla recorriendo con la mirada la larga figura de aquella persona.

Tenía el cabello suelto y era más largo de lo que imaginaste, los brazos cruzados por encima de su pecho observándote con una mezcla de fría indiferencia y desprecio inyectado en su mirada.

Suguru te observó detenidamente con un sutil movimiento de ojos.

Parecías bastante inofensiva en el fondo. Claramente no eras hechicera, pero sí te atreviste a pintarle toda la cara y lo consideró una abominable ofensa.

Pudo agarrarte de la muñeca y obligarte a verlo a los ojos, tal y como lo soñaste, pero el contacto físico con los monos era algo que evitaba siempre que era posible. Además, no era un hombre que se dejaba dominar por las emociones y siempre antepuso la razón. Aunque, detrás de estas paredes, su verdadera naturaleza hervía a fuego lento justo debajo de la superficie. Calculador. Manipulativo. Siempre planeando sus próximos movimientos en las sombras.

Una sonrisa irónica asomó a sus labios. Qué frágil inocencia y, sin embargo... tal vez había más debajo de lo que se veía a simple vista.

Por ahora seguías siendo sólo una curiosidad. Una diversión entretenida en medio de sus planes para imponer un nuevo orden mundial.

—Tu broma —dijo, sonando condescendiente—pudo costarte la vida. Pensé en arrancarte el brazo—giró dándote la espalda—, pero no soy un tipo violento, ni mucho menos. Cruel y despiadado, sí —afirmó, sonriendo mostrando sus dientes afilados causando temor en ti. Pero pronto cambió el semblante hasta regresar a su aptitud pacífica y calmada—. Sin embargo, no haré nada... por única vez—murmuró, casi inaudible para ti.

Parpadeaste varias veces tratando de entender este repentino cambio en él.

¿Escuchaste bien? ¿No te lastimaría? ¿Quiere decir que diste en el blanco con tu suposición de que no podrá tocarte mientras estén casados?

—P-Pero tu dijiste que.... —balbuceaste, confundida mientras te levantabas del suelo sin dejar de mirar su amplia espalda.

—¡Sé lo que dije! —cortó inmediatamente. Suspiró derrotado pasando una mano el cabello, bajó la cabeza, metió las manos en los bolsillos del pantalón y giró un poco su cabeza tratando de mirarte por encima de su ancho hombro—. No habrá una próxima, (T/N). Espero que lo hayas captado.

Definitivamente esa era una advertencia, no amenazadora, pero siguió siendo una. Levantaste la barbilla con una mirada turbada por la inesperada reacción de este hombre que desapareció cerrando la puerta abandonando la habitación. Quedaste privada en tus pensamientos sin salir del asombro y tardaste en darte cuenta que esta era raro que te llamara por tu nombre.

Cuando Suguru estuvo fuera, dejó caer la espalda contra la pared, cerró los ojos para recordar algo que olvidó y que, gracias a tu travesura, volvió a su mente:

Una vez su mejor amigo, Satoru Gojo, le hizo lo mismo. No reaccionó igual, claro, pero esa pequeña broma lo hizo reír de verdad. Sin embargo, no estaba tratando con él, sino contigo, aun así, le recordaste esos sentimientos que enterró hace mucho tiempo dejándolos en el olvido. Quizá puedas ser útil después de todo. Te usaría para un bien mayor en favor de los hechiceros, un sacrificio para poder llegar a lo que más anhela: "Crear un mundo de solo hechiceros".

Se alejó de la pared caminando por el pasillo en silencio, sus pasos resonando haciendo eco hasta salir a la playa, disfrutando del aire fresco y la brisa del mar, libre de todas las cargas que lleva en los hombros.

De regreso a tu habitación, seguías sin entender ese cambio en él. Por primera vez viste esa faceta de misericordia, algo muy inusual en un hombre de su clase. Ni tus padres te mostraron clemencia cuando desobedecías una orden o te escapas de las reuniones familiares para alejarte de la rutina. Creciste en un ambiente violento, donde no se te concedían las cosas con facilidad, ni tampoco recibías atención.

Tus bromas, chistes o travesuras solo eran un pedido de atención. Y, tal vez, solo tal vez, algunas migajas de amor.

Te acercaste a la puerta para oír sus suaves pisadas. Colocaste las palmas de las manos contra la madera de la puerta al igual que tu oreja, para escuchar alguna palabra suya que deslizara sin querer, algo que te enviara un mensaje o una señal, pero no dijo nada y se alejó. De todos modos, su comportamiento hacia ti, la misericordia que mostró, más la atención que prestaba a las cosas que hacías o decías con la intención de molestarlo, hizo nacer en ti esperanzas enterradas hacía mucho tiempo.

Cerraste los ojos, los latidos de tu corazón martillaron hasta retumbar en tus oídos y lo supiste. Dibujaste una sonrisa en los labios, recargaste tu mejilla sobre la puerta sintiendo aun la calidez que había desprendido su ancha espalda. Tus manos fueron deslizándose captando el calor en la yema de los dedos, grabando esa sensación, abrigando esperanzas nunca antes anheladas con tanta fuerza.

La imagen de Suguru durmiendo plácidamente llegó a tu mente, en ese momento no prestaste atención porque estabas al cien por ciento concentrada en tu broma, pero ahora que lo recordabas, pudiste darte cuenta que te habías casado con un hombre apuesto y muy alto, demasiado para ti.

No tenías idea de cuál era su talla. En el pasado, pudiste notar un patrón que se repetía con todos los chicos que te gustaban, y sí, todos eran altos.

Tu sonrisa creció hasta mostrar tu blanca dentadura y recargaste tu cuerpo en la puerta. Una mano se elevó a la altura del pecho. Lo sentías, revoloteando como nunca antes lo había hecho y las mariposas invadiendo el estómago.

Era la primera señal de algo tan intenso y profundo. Te habías enamorado, quizá del hombre más cruel con los humanos normales, el mismo que era tu esposo.

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INFELIZ MATRIMONIO. [#PGP2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora