1. Pastelería Libertad

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Como cada día a las cuatro y media de la madrugada, al final de la calle más concurrida de Toledo, se encendía una luz. Esta iluminaba una humilde habitación en un segundo piso donde dormía Fina Valero.

Tras apartar la cortina, la luz se reflejaba en el camino que seguía la calle, llenándose únicamente con su sombra mientras se arreglaba frente a un espejo. Al cabo de unos minutos, esa luz se apagaba y la calle se volvía a sumir en una tranquila oscuridad, hasta que segundos más tarde aparecía una segunda luz. Esta hacía grandes esfuerzos por escapar a través de las rendijas de una persiana de madera y se refleja en la pared de enfrente, creando una constelación, la más pequeña de todas, y que tan sólo la luna y los pájaros de Toledo conocían.
Esta persiana cubría la puerta de una de las tiendas con más encanto de toda la ciudad: la pastelería Libertad.

La magia no sólo se reflejaba en aquella pared, sino que si te asomabas un poco, más allá del mostrador y de una pequeña puertecita de madera, se podía ver la cocina donde Fina preparaba minuciosamente y con todo el cariño del mundo, todos los pasteles que quería vender durante el día.

Tras preparar las máquinas de café, dos bandejas de galletas de chocolate, dos de magdalenas, tres de cruasanes cubiertos de distintos chocolates, dos bandejas de profiteroles, tres de pan, cuatro tartas de distintos tamaños y el especial de la casa: los suizos; se habían hecho las siete y media de la mañana. Quedaba media hora para abrir, por lo que comenzó a limpiar el mostrador y el escaparate, que decoró con algunos de los productos del día, para después colocar las cuatro mesas y sus sillas que completaban la acogedora tienda.

A las ocho en punto, Fina, preparada con su mandil bordado por ella misma con su nombre y el de la tienda, levantaba la persiana y giraba el pequeño cartelito que colgaba sobre la puerta para señalar que todo aquel que sintiera la necesidad de seguir aquel fantástico olor que llegaba a cada ventana y puerta de la calle, podía pasar.

Fina conocía a todos sus clientes y sus horarios. Digna, por ejemplo, pasaba cada mañana justo a la hora de abrir para comprar algo de desayuno para los De la Reina, la familia para la cual trabajaba y la más adinerada de la ciudad, a la que le pertenecía la fábrica de lo alto de la colonia. Luego estaban Carmen y Claudia, las mejores amigas de Fina, que pasaban por la tienda a las ocho y media para desayunar antes de abrir la tienda de los De la Reina, aunque a veces también volvían por la tarde para charlar con Fina y terminaban comprándole algún que otro pastel o café más. Y Luz, la mejor doctora de la ciudad, que se había mudado no hacía mucho y tras probar uno de los profiteroles de Libertad, visitaba la pastelería en cuanto encontraba un hueco entre pacientes.

Pero Fina no solamente se sabía los horarios de sus clientes, sino que después de pasar tantas horas mirando a través del cristal de su pequeña pastelería también se sabía los horarios de todas aquellas personas que pasaban por delante de ella... en especial el de una mujer que pasaba cada día a las nueve de la mañana para comprobar que sus empleadas, que casualmente eran Carmen y Claudia, habían abierto su tienda. También pasaba a la hora de comer, hora en la que ralentizaba el paso para quedarse observando algunos de los pasteles del escaparate, aunque nunca entraba. Cuando ella volvía a la tienda después de comer, Fina se encontraba descansando, por lo que sólo la volvía a ver a las ocho de la tarde, después del cierre de la tienda.

Aquella mañana no fue excepción. Después de que pasaran Digna, Carmen, Claudia y Luz, Fina se quedó apoyada sobre el mostrador, esperando ver pasar a aquella mujer, Marta de la Reina, de la que tanto había oído hablar de la boca de sus amigas. Decían que era bastante seria, dura en el trabajo y que incluso daba un poco de miedo. Fina y ella se conocían desde pequeñas, ya que Isidro, el padre de Fina, había trabajado durante años como chófer para su familia, pero ellas nunca habían cruzado palabra, solo miradas... y qué miradas...

Pastelería Libertad • AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora