5. El lugar al que siempre querrían volver

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Pasaron dos días en los que Marta estuvo muy ocupada en el trabajo y no pudo entrar a la pastelería para ver a Fina, así que ambas se conformaron con saludarse a través del cristal.

Tras aquellos días, justo antes de cerrar al mediodía, Fina esperaba en el mostrador para ver a Marta pasar, pero cuando esta caminaba frente a la pastelería no cruzaron miradas, de hecho Marta iba mirando al suelo, distraída, puede que incluso triste por lo poco que podía percibir Fina a través del escaparate, así que decidió salir y preguntarle.

—¿Marta?

Esta levantó la cabeza y al girarse vio a Fina mirándola desde la puerta de la pastelería.

—Ay, no quería pasar de largo, no me di cuenta... —confesó con un tono de tristeza en la voz que Fina captó enseguida—. Quería devolverte tu ropa. El otro día con Julia se me olvidó —dijo entregándole la bolsa con su ropa y volviendo a girarse para seguir su camino, evitando un contacto visual directo con Fina porque sabía que notaría que no estaba bien en cuanto le mirase a los ojos.

Lo que Marta no sabía es que Fina lo notó en cuanto la vio pasar.

—Marta, espera —dijo atrapando su brazo para que no se fuese—. Yo también tengo que devolverte tu ropa. Ven, te la bajo en un momento —dijo indicándole que pasara a la pastelería.

—No te preocupes, Fina. Ya me la darás otro día.

—Marta... —le llamó Fina tratando de encontrar su mirada—. Pasa un momento, por favor.

Marta finalmente se decidió a responder a la mirada de Fina y se la encontró llena de preocupación y ternura, así que la siguió dentro de la tienda sin perder detalle de todos sus movimientos. De cómo acarició ligeramente su espalda al entrar por la puerta, cómo giraba el cartel para indicar que estaba cerrado, cómo le ofreció una silla junto a ella y cómo le esperaba pacientemente, no a que se sentase, sino a que se sintiese lo suficientemente cómoda como para empezar a hablar.

—No estoy teniendo un buen día, lo siento... —se disculpó Marta jugando con sus dedos, nerviosa.

—No tienes que disculparte por eso, ¿lo sabes? —le aseguró Fina, poniendo sus manos sobre las de Marta para intentar transmitirle su apoyo.

Ante aquellas palabras y su contacto, Marta soltó el aire que se le había quedado atrapado en los pulmones durante todo el día.

—Estoy tan cansada... —dijo aferrándose a las manos de Fina.

—¿De qué?

—De que no me tomen en serio, de que no cuenten conmigo o piensen que no soy lo suficientemente capaz sólo por ser mujer.

—¿Ha pasado algo en la empresa?

—Con Jesús en la cárcel, hay muchas tareas que se han quedado sin dueño. Mi primo Luis y Andrés están hasta arriba de trabajo con el nuevo perfume, reformas y papeleo. Esta mañana hablé con mi padre para demostrarle que yo puedo encargarme del trabajo de Jesús, pero él ha preferido ponerle más trabajo a los chicos en lugar de confiar en mí.

—Tu padre está muy equivocado —le aseguró mirando aquellos preciosos ojos azules—. Quiero que vuelvas a hablar con tu padre, que le recuerdes todas las cosas que has hecho por la empresa porque sin ti estarían totalmente perdidos. Le vas a decir lo mucho que vales y lo igual o incluso más capaz que eres que los hombres de la empresa para tener más responsabilidades, y si se niega a verlo tendrá que asumir las consecuencias y ver lo mucho que perdería la empresa sin tu increíble trabajo.

Marta se quedó unos instantes totalmente prendada por la pasión y la fuerza con la que Fina acababa de hablar sobre ella y la última caricia que Fina le dio sobre el torso de su mano fue lo que le dio toda la fuerza que necesitaba.

Pastelería Libertad • AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora