8. La cita (parte 1)

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Fina se había levantado temprano ese sábado por la mañana, aunque esta vez no fue para abrir la pastelería, sino porque estaba increíblemente nerviosa por la cita que le esperaba junto a Marta.

El día anterior, tras la maravillosa comida que compartieron y después de que Fina volviese a la pastelería envuelta en mariposas, Marta le llamó para pedirle que estuviese lista a las diez de la mañana.

—¿A dónde iremos? —le preguntó Fina antes de que pudiese colgar.

—Es una sorpresa.

—¿No me puedes dar una pista?

—No, solo puedo decirte que estoy deseando que sea mañana.

—Y yo —suspiró Fina, tratando de imaginar todas las posibles citas que Marta podría estar planeando.

—Hasta mañana, Fina.

—Hasta mañana, Marta.

Y entre deseos de que el tiempo pasara rápido y fuese el día siguiente, Fina se encontraba dando vueltas por su casa a las ocho de la mañana. Después de haber desayunado un café, que quizá le había alterado de más, y tras ducharse, se colocó frente a su armario tratando de elegir la ropa perfecta, aunque al no saber cuál iba a ser el plan, se le estaba complicando la elección. Por suerte, tenía dos horas más por delante.

Marta también se había despertado temprano, de hecho, había dormido más bien poco. Sentía tantos nervios y estaba tan cansada de haber recorrido toda la cama dando vueltas y vueltas, que decidió levantarse y dejar todo listo para cuando recogiese a Fina.

Desde las seis de la mañana estaba Marta en la cocina, tratando de no hacer demasiado ruido para no despertar a nadie de la casa y evitar así preguntas sobre lo que estaba haciendo, para qué y sobre todo para quién, pero no le salió demasiado bien la jugada, pues a las seis y media ya se escuchaban unos pasos acercándose por el pasillo.

—Qué susto me has dado, hija —dijo Digna entrando a la cocina con una mano en el pecho—. Escuché ruidos y pensé que había entrado alguien a robar.

—Lo siento, tía. He intentado hacer el menor ruido posible —dijo metiendo una bandeja en el horno—. ¿Ha dormido aquí?

—Sí. Ayer pasé la tarde con Julia y me pidió que le leyese un cuento para dormir. Resulta que al final la que se durmió fui yo —contó riéndose—. ¿Qué haces cocinando a estas horas?

Genial, justo las preguntas que quería evitar.

—Bueno... no podía dormir y como he quedado más tarde he decidido llevarme comida.

—¿Has quedado? —preguntó acercándose a mirar la comida que estaba preparando su sobrina.

—Sí.

—¿Se puede saber con quién? —preguntó curiosa.

—No sé...

—Venga, si me lo cuentas te ayudo a cocinar.

—Tía, eso es chantaje.

Digna levantó las manos en señal de inocencia y Marta observó todos los ingredientes que tenía esparcidos por la mesa y todo lo que le quedaba por preparar.

—Solo puedo decirle que es una persona especial —dijo sonriente al pensar en ella.

—Bien, eso y esa sonrisa me valen por ahora —se conformó colocándose el mandil—. ¿Con qué te puedo ayudar?

Tras un par de horas en la cocina y un viaje a los lugares de la cita, Marta se encontraba frente a la pastelería, esperando apoyada sobre uno de los coches de la familia que había tomado prestado.

Pastelería Libertad • AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora