6. Lirios tigre

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—Ven —dijo Fina tomando su mano y dirigiéndole a la cocina—. Necesito que cierres los ojos un segundo.

Por un momento Marta trató de hacer trampas y mirar un poquito, pero Fina enseguida le pilló y ambas rieron como niñas.

Mientras Marta tenía los ojos cerrados, podía escuchar a Fina andar por toda la cocina. Escuchó un plato, una pequeña risa de Fina al tropezarse, escuchó también... ¿el ruido de una cerilla contra su caja?

—Fina, ¿vas a prender fuego a la pastelería con nosotras dentro?

—¡No! —contestó riéndose—. Ya puedes abrirlos.

Marta siguió su indicación y se encontró a Fina sonriendo de oreja a oreja con un pastel en las manos y una pequeña vela encendida sobre él.

—Fina... Te has acordado... —dijo emocionada.

—Claro —afirmó con tal brillo en los ojos que iluminaba el rostro de Marta—. Tienes que pedir un deseo.

Marta jugaba con algunos mechones de su pelo, nerviosa. Hacía muchos años que no tenía tan claro lo que iba a desear al soplar la vela de su cumpleaños. Miró a Fina a los ojos durante unos segundos que se sintieron como horas. Ambas se contagiaron la sonrisa y Marta sopló la vela mirándole fijamente.

—Felicidades —le dijo casi en un susurro—. Tengo algo más...

Fina tomó algo de detrás de unas estanterías y lo puso en su espalda para que Marta no pudiese verlo hasta que llegó a su altura y le mostró el bonito ramo de flores.

—¡Son preciosas, Fina! —con el ramo en las manos, acercó su rostro para poder embriagarse del maravilloso olor—. Me encantan los lirios tigre —dijo volviendo a unir su mirada con la de Fina.

—A mí también.

¿Seguían hablando de flores?

Mientras se miraban, Fina se dio cuenta de que una lágrima estaba recorriendo la mejilla de Marta. Se acercó y la limpió con su dedo pulgar, descansando después la mano en su mejilla y acariciándola.

—Marta...

—Es que... No estoy acostumbrada a importarle tanto a alguien como para que haga cosas como estas por mí.

Unas lágrimas más escaparon de sus ojos. Esta vez Fina las dejó libres contra sus mejillas porque prefirió abrazarla. Fina no sabía que en aquel momento lo que verdaderamente estaba haciendo era recoger los pedacitos de corazón roto de Marta que nadie se había parado a recomponer.

—Tengo otra sorpresa —dijo Fina separándose un poco para volver a ver esos preciosos ojos, aunque sin soltar a Marta.

—Pero, Fina... No tenías por qué hacer todo esto —dijo limpiando sus lágrimas.

—Shhh, lo hago porque te lo mereces, ¿vale? No lo vuelvas a cuestionar —dijo levantando su dedo índice y demostrándole que lo hacía de corazón—. El otro día me dijiste que tenía que enseñarte a hacer los suizos de tu madre y pensé que hoy sería el día ideal.

—¿Lo dices en serio?

—Uhum —asintió—. ¿Te gustaría?

—¡Me encantaría!

—Pues venga, te doy el mandil y nos ponemos a ello.

Fina se acercó a uno de los muebles de la cocina donde guardaba varios mandiles y sacó uno de sus favoritos. Era blanco, con puntilla en el bolsillo y un ribete azul cielo que recorría todo el bajo.

—Es muy bonito —dijo Marta colgándoselo en el cuello.

—Gracias. Lo cosí yo.

—¿De verdad? ¿Hay algo que hagas mal? —dijo haciendo reír a Fina.

Pastelería Libertad • AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora