2. Lluvia y buena compañía

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—La lluvia me pilló a mitad de camino y se me olvidó el paraguas —le explicó Marta.

Ambas estaban en mitad de la pastelería y justo donde estaba Marta, se estaba formando un pequeño charco debido a lo empapada que tenía la ropa.

—Tienes que secarte. Vas a enfermar —le dijo Fina preocupada—. Ven, vamos a por unas toallas. Puedo prestarte algo de mi ropa.

—No quiero molestar, de verdad. Me quedaré aquí hasta que pare de llover —dijo dirigiéndose a una de las sillas para sentarse.

—De eso nada. No voy a dejar que te enfermes cuando podría haber hecho algo para evitarlo. Vamos —dijo acercándose a Marta y ofreciéndole su mano.

—Gracias —dijo finalmente tomando su mano y dejándose guiar entre la cocina y las escaleras hasta la casa de Fina.

Durante el tiempo que tardaron en subir, ninguna de las dos soltó la mano de la otra. Esto podría verse como un simple gesto. Al fin y al cabo, es la casa de Fina y Marta no sabe dónde está nada, por lo que la otra tiene que guiarla, pero... desde luego no se sintió como un simple gesto. Cuando Fina la llevó a su cuarto para sacarle algo de ropa y soltó su mano, sintió un vacío extraño y al parecer Marta también lo sintió porque por unos segundos sus miradas volvieron a encontrarse.

—Em... bueno, tengo una falda que quizá te guste —dijo Fina nerviosa, apartando la vista y abriendo el armario—. No es de una tela demasiado buena, pero...

—Eso no me importa, de verdad. Y más siendo que no tendrías por qué prestarme nada.

—Aquí tienes —dijo ofreciéndole una falda azul marino, una camisa blanca y algo de ropa interior—. Ven, vamos al baño. Te doy unas toallas y te das un baño caliente.

—Fina, de verdad, no es neces-

Fina se giró en mitad del pasillo, un poco más seria e interrumpiéndole.

—Marta, claro que es necesario. Estás tiritando, así que deja de resistirte y deja que cuide de ti.

Tras esas últimas palabras, ambas se ruborizaron. Fina no esperaba decir aquello y Marta llevaba mucho tiempo sin escuchar a alguien tan preocupado por ella.

—Las toallas, vamos a por las toallas —saltó Fina, como si acabara de acordarse de que antes de haber dicho aquello estaban yendo a algún lado.

Después de darle las toallas, indicarle dónde estaba el jabón y el champú y explicarle cómo iba la ducha, Fina salió del baño.

—Fina —la cabeza de Marta asomaba por el hueco entre la puerta y el umbral —. Gracias, otra vez —agradeció con una sonrisa sincera.

—No hay de qué —respondió con la misma sonrisa.

Marta cerró la puerta y Fina se quedó mirando un punto sin determinar mientras notaba como el rubor de sus mejillas volvía a aparecer. Estaba comprobado... aquello que una vez sintió por la mediana de los De la Reina, no había desaparecido.

Mientras Marta se bañaba, Fina volvió a bajar a la pastelería. Su cabeza daba vueltas... por ahora no había visto nada de lo que hablaban sus amigas sobre su jefa. Ni seria, ni dura, ni daba miedo.

Fina preparó dos tazas de chocolate caliente y sacó cuatro suizos de la caja donde había guardado los pasteles que sobraron. Lo colocó todo en una bandeja y subió de nuevo a su casa, esta vez a su pequeño salón, donde dejó la bandeja en la mesita de centro y se sentó en el sofá para esperar a Marta.

Al cabo de un rato escuchó la puerta del baño abrirse y vio a Marta caminar por el pasillo sin saber muy bien a dónde ir.

—Estoy aquí —le indicó Fina.

Pastelería Libertad • AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora