Prólogo

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El fin del mundo no llegó en un estallido, sino en un susurro, un susurro letal de un virus que arrasó con la mayoría de la humanidad.

La civilización se desmoronó, dejando a los pocos sobrevivientes en un paisaje desolado, donde la muerte y el miedo se convirtieron en compañeros constantes. Sin embargo, en medio de esta devastación, la oscuridad humana persistió en formas aún más siniestras.

La trata de personas, una plaga tan antigua como la humanidad misma, continuaba en las sombras, alimentada por la desesperación y la falta de orden. En este nuevo mundo, el valor del "negocio" se multiplicó. 

Con la creación del virus (ALZ1-13), ahora conocida como La fiebre del simión, fabricada en los laboratorios GENSYS en San Francisco, California.

El Alzheimer fue creado con el fin de combatirlo, y se probó en chimpances. No mostró los resultados deseados, los chimpancés demostraron una conducta errática, logrando escapar de las instalaciones, creando pánico y caos en la población.

El famoso incidente en el puente GOLDEN GATE, un enfrentamiento entre oficiales policiales y chimpances, finalizó cuando los simios desaparecieron en la neblina en dirección al bosque Muir Woods. 

Las muertes por el virus han sido inevitables, y varias salas de emergencia han sido saturadas. Varias familias están separadas y las desapariciones no son tomadas en cuenta.

Atenea, una joven de 18 años de la cuidad de New York, en el corazón bullicioso de la gran manzana, donde las luces de neón bailan sobre el asfalto y los sueños se tejen entre los rascacielos, vivía esa joven

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Atenea, una joven de 18 años de la cuidad de New York, en el corazón bullicioso de la gran manzana, donde las luces de neón bailan sobre el asfalto y los sueños se tejen entre los rascacielos, vivía esa joven. 

De cabello blanco como los rayos de la luna, sus ojos verdes llenos de inocencia. Soñadora, empedernida, ansiosa por explorar el mundo que se extendía más allá de los límites de su cuidad natal. Sin embargo, no todo es bonanza.

Arrancada de su hogar, en una noche oscura, donde la luna no estaba presente para iluminar las calles menos transitadas de la gran manzana. Caminaba devuelta a su hogar después de pasar un tiempo con sus amigos, lo que cualquier adolescente haría.

Escuchando música a través de los audífonos obsequiados por su mamá, que estaba embarazada de su hermano menor. Las luces parpadeantes de las calles desvanecían a sus espaldas, y disfrutaba de esos minutos de soledad y melodía. El ritmo constante de sus pasos resonaba suavemente contra las paredes de ladrillo.

Perdida en los ritmos pegajosos de sus auricolares, inconsciente del peligro que la acechaba. Una sombra se movió rápidamente detrás de ella. Dos hombres se sumergieron en las sombras, moviéndose con precisión y silencio.

 En un abrir y cerrar de ojos, una mano fuerte y decidida se cerró alrededor de su brazo, mientras que la otra tapó su fauce, evitando que pudiera gritar. Lucho y sus audífonos cayeron al suelo, la música se detuvo abruptamente. La confusión y el miedo inundaron su mente.

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