Segunda primera vez

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Ellas habían saltado al vacío sin red, de la mano habían transformado la curiosidad en amor dejando en ridículo a la coherencia. Juntas habían ido uniendo las migajas que recibían acogiéndolas como el mejor regalo que la vida les había regalado, el de sentir. Sentirse cerca era bonito, era tierno y delicado, era un pozo sin fondo de suspiros de amor que encontraban respuesta en los labios de la otra, en cada palabra, en cada caricia, en cada abrazo y, lo más importante, en cada uno de sus actos.

Jamás habían tenido tal cúmulo de sentimientos por una sola persona y, mucho menos, habían sido correspondidas de esa manera especial, tan única y diferente a lo que habían podido siquiera imaginar. Las dudas no existían cuando pensaban en los sentimientos de la otra, se querían, se amaban por encima de todo, y, ante todo, por encima de sus propios deseos, por mucho que esto llegase a doler.

Habían cambiado las sonrisas por lágrimas, los suspiros por lamentos, los momentos de pasión se habían desvanecido como sus contactos y encuentros a solas. De todo lo que había entre ellas solo quedaba ese sentimiento que no desaparecía, más bien se incrementaba, aunque pareciera imposible poder quererse aún más cada día.

¿Cómo sobrevivir cuando lo único que te hacía sentir ilusión ha terminado para siempre? ¿Cómo vivir si los latidos de tu corazón parecen haberse detenido en seco y no hay nada que les devuelva un motivo para latir? ¿Cómo curar ese corazón maltratado y malherido que no tiene remedio ni cura? ¿Se puede morir realmente de amor? Ni Marta ni Fina eran capaces de seguir con sus vidas sin tener a la otra al lado, ninguna podía dejar de pensar en el amor de su vida ahora que sus suspiros se habían transformado en sollozos que salían en forma de lágrima por sus ojos cada vez que conseguían estar solas.

Los sentimientos que tenían eran tan grandes que sentían la necesidad de salir de alguna manera, habían colapsado su interior y hacían explotar sus emociones de tantas maneras que se sentían derrotadas, vencidas, acabadas. La sensación de dolor no salía de sus cuerpos, igual que el quemazón que sentían en su interior al amarse cada vez más y no poder tenerse. Los momentos sin sentirse se hacían eternos, cada vez que se veían ambas bajaban la cabeza y sentían una gran presión en sus pechos que las hacía sentir realmente inválidas.

No lo sentían como un fracaso, sentían que habían dado todo lo que podían e incluso más a la otra, pese a ser coherentes con la situación y el momento en el que vivían, en el que el mundo estaba en contra de un amor como el que ellas tenían. La pureza de su amor no era capaz de vencer aquellos prejuicios marcados por una sociedad que no entendía que había muchas formas de amar, y que estas no eran extrañas ni malas, tan siquiera podrían clasificarse como pecado o como algo impuro, nadie debería juzgar a alguien por simplemente sentir y dejarse llevar por sus emociones, pero era la sentencia que les había tocado vivir.

Se encontraban en sueños, allí donde sentían la libertad más libre que nunca, donde nadie amargaba su existencia, donde solo estaban ellas dos haciendo que no importase nada más que eso. Allí podían besarse sin temor, dedicarse miradas eternas que hablaban a voces y podían decir en voz bien alta las palabras que quemaban en su garganta formando nudos invisibles de saliva en su vida real que las hacían atragantarse.

Nunca nadie debería sentir vergüenza por amar, ni verse fustigado continuamente por creer que sus sentimientos no son buenos o dañan a una persona ajena. Nunca una manera de sentir debería ser tema de conversación, ni causa de tortura constante por personas ignorantes que no tienen nada mejor que hacer que meterse en la vida de los demás porque la suya carece de interés, pero así era. Las dos sabían que aquello tenía que parar allí, que el qué dirán y las posibles represalias podían más que sus anhelos, por mucho que las hundiera saber que lo estipulado como correcto no siempre es lo mejor.

Pasión en libertad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora