¿Embarazada?

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Desde niña Marta se educó en una corrección absoluta, aprendió a mantener la compostura, fue enseñada a emitir continuamente una sonrisa de aparente felicidad y no pudo nunca jugar con muñecas ni establecer relaciones sociales con otras niñas, ella era una De la Reina, no podía perder el tiempo en hacer amigas. Su padre se encargó personalmente de darle una educación estricta porque sabía que esa niña un día cambiaría el mundo, siendo una jefa perfecta y una hija predilecta, o así lo deseo él.

Desde pequeña escuchó que las mujeres estaban en el mundo para cumplir los deseos de los hombres, su función era hacer las labores del hogar y traer hijos al mundo. Aunque su padre siempre tuvo otros planes para ella, y los cumplió con creces. Marta se había convertido en una empresaria de renombre, había trazado planes magistrales en la empresa familiar que le habían llevado a tener un gran reconocimiento, solo había un pero, ella seguía siendo mujer en un mundo dominado y destinado para los hombres.

Marta no sabía hacer las labores del hogar, el servicio siempre se había encargado de esas tareas que a ella le causaban indiferencia. Pero ahora había algo, eso a lo que estaban destinadas las mujeres, que estaba a punto de cumplir. Pensar en traer al mundo a ese niño le daba tanto pavor que era incapaz de describir las sensaciones que sentía. Y es que desde niña, Marta supo que ella sería diferente a esas niñas con las que no le dejaban tener contacto, aunque nunca imaginó que la diferencia con lo establecido sería tan grande.

Ella se había casado con un buen hombre de renombre, cumpliendo las presiones sociales, que ahora se veían más que nunca como estigmas para ella. Pero jamás había fantaseado con cumplir aquel mandato de ser madre. Tal vez la falta de saber qué le aportaría a su vida tener un hijo era un factor que jugaba un papel en aquella función que ella no había cumplido.

A menudo deseaba haber tenido una infancia más normal, una en la que no amaneciera probando perfumes y visitando la fábrica de la mano de su padre, una con esas muñecas y esas amigas que le hubieran contagiado las ganas de ser niña y no mujer a tan corta edad.

Desde que se casó con Jaime las preguntas por cuando vendrían los niños eran un tema constante, aunque Marta lograba esquivarlas excusándose en los viajes del doctor, que hasta hace bien poco casi no pasaba tiempo junto a ella.

La verdad es que nunca había deseado ser madre, o no de verdad, jamás había tenido ese poderoso instinto maternal, pero ahora que la posibilidad de serlo estaba entre sus manos se planteaba cómo sería aquello. Por un lado, lo veía como algo horrible, traer al mundo a un niño y criarlo en pecado con Fina, a sabiendas de las posibilidades de ser delatada que eso conllevaba, y conocedora de la próxima perdida del padre de ese bebé, dejándola sola con la criatura, sonaba aterrador.

Se veía incapaz de cuidar de nadie que no fuese ella misma, y ahora, de golpe, iba a tener que hacerse cargo de tres personas, dos de ellas muy dependientes. Imaginaba lo dura que sería la enfermedad de Jaime al avanzar, cabía la posibilidad de que ese hombre quedase paralítico, ciego, sordo, mudo y poco a poco en un estado vegetal en el que, lejos de ayudarla con la crianza de ese pequeño, se convertiría en una preocupación más.

Jaime, pese a no ser el amor de su vida, había estado a su lado, y ella no pensaba ni de lejos dejarle solo en sus últimos momentos, aunque pensar en llevar esa situación de la mejor manera con un bebé a su cargo, o en pleno embarazo, se antojaba realmente complicado.

Niños, Marta no sabía nada de ese mundo, lo más cerca que había estado de tratar con ellos había sido jugando con su hermano pequeño o con su sobrina, y ahora tendría uno, ¿Cómo se cuida de alguien si no conoces la manera correcta de hacerlo? La impotencia recorría su ser de la misma manera que el anhelo de haber podido jugar con esos muñecos cuando era pequeña.

Pasión en libertad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora