Calmando el dolor

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Dicen que las rupturas son la parte más difícil o la más sencilla de muchas relaciones. Bien es cierto que cuando conoces a alguien y va colándose poco a poco en tu corazón lo hace sin previo aviso, sin pedir permiso, y muchas veces sin ni siquiera ser consciente de ello. Los principios suelen estar envueltos en ilusión, se ven reflejados en una nube de algodón que sube y sube como la espuma. Pero a veces esa nube se pincha, y va descendiendo en caída libre, hasta explotar, así fue el final de su relación.

Las dos se habían enamorado sin saberlo, sin quererlo, pero sin poderlo evitar. Sin embargo, ahora todo estaba en contra de esa relación furtiva, incluso una parte de ellas mismas, y era imposible luchar contra ese destino despiadado que las acechaba cada vez con más intensidad.

Cuando todo parecía indicar que Marta, presionada por su marido a tener más tiempo juntos ahora que iba a quedarse allí para siempre, y por su padre para mantener viva esa relación, sería la que tomaría la decisión de dejar a un lado los encuentros con Fina, pero la mayor se encontró con la gran sorpresa de que la joven dio ese cruel paso. Ese que temía, que no quería vivir, del que huían, pero al que ambas estaban sentenciadas, ese camino al que ella misma abrió la puerta.

Cuando empezaron a verse a solas, a buscarse, a compartir sus preocupaciones y besarse hasta que sus labios dolieran, nunca fueron conscientes de que sus sentimientos crecían a pasos agigantados y sus corazones eran arrancados de sus pechos para ser entregados a la otra. Se habían vuelto inseparables, no eran capaces de percibir un día sin verse, sin sentirse, sin amarse, sin buscar un momento para dedicarse una sonrisa, una mirada, una caricia tímida a escondidas.

Sin embargo, ese momento que tanto temían, había llegado. Las palabras de su ruptura fueron tan dolorosas como el pensamiento de que todo lo que habían ido construyendo unidas, poco a poco, con gran paciencia y esmero, ahora se había derrumbado de golpe. Cada pieza de esa obra de arte que juntas habían plasmado en un lienzo que creían eterno, ahora se consumía en unos pedazos que se clavaban en sus pechos haciendo añicos sus corazones, ahora muertos en vida.

Nunca antes habían sentido cosas tan bellas, nunca habían reído hasta llorar, ni habían deseado fundir su cuerpo con otra piel para sentirse de aquella manera en la que lograban rozar el mismo cielo al entregarse en cuerpo y alma. Nunca antes habían suspirado incluso dormidas porque el amor que sentían era tan grande que no cabía en su interior. Nunca habían sentido que necesitar a una persona podía ser bonito, que echar de menos valía la pena porque cada minuto sin verse era compensado con creces al estar juntas. Nunca.

Esas sensaciones que antes eran maravillosas ahora arañaban sus corazones hasta partirlos en mil pedazos que parecían no tener remedio. Porque no imaginaron que podían estar juntas sin hablar, sin tan siquiera mirarse, sin prestarse la más mínima atención, al menos aparentemente, como ahora hacían. Nunca imaginaron que sus miradas no serían correspondidas con una sonrisa, que sus pieles no serían acariciadas más por la otra, que nunca volverían a unir sus cuerpos dejándose llevar por su pasión. Nunca pensaron que la libertad que sentían al estar frente a la otra se convirtiera en un martirio. Nunca imaginaron que aquel sueño que parecían protagonizar despiertas las haría despertar en la cruda realidad de golpe, una que se sentía como la más cruel de las pesadillas.

Se enamoraron sin saberlo, pero ahora que no podían estar juntas, aquellos sentimientos dolían más que nunca. Y es que si, hasta conocerse, no eran conscientes de lo bonito que podía ser sentir cada letra de la palabra amor crecer en su interior, tampoco lo eran del suplicio que llegaba a ser la sensación de que cada una de esas letras ahora oprimía sus pechos hasta dejarlas sin aliento.

Fina se sentía injusta por haber tomado esa decisión, a pesar de saber que era lo correcto, lo que debía hacer, pues era consciente de que aquello que parecía no tener límite se había visto de bruces con un precipicio, y alargarlo sería aún peor que pasar la vida llorando en cada rincón por Marta. Sabía que tendría que ver a su jefa cada día de su vida, pero tenía que separar lo profesional de lo personal, aunque aquello le costara su propia salud mental.

Pasión en libertad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora