El sabor de la libertad

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Hace mucho que no escribo esto, y pensé que en esta historia no era necesario, pero para que no haya sorpresas, aviso de que, tal vez, este capítulo merezca ser leído con un vasito de agua con hielo y algo de privacidad 🥂

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Hay momentos que no esperas y llegan por sorpresa, otros, son tan esperados que parecen llenar tu interior, haciendo mella en él, dejando una huella que queda grabada para el recuerdo. La vida estaría vacía si no tuviéramos deseos, ambición, ganas de revivir esos instantes que sacan en nosotros la mejor de nuestras sonrisas, la más sincera, la más pura y radiante, esa que sale de nuestro propio alma para inundar nuestro rostro con una luz tan diferente que irradia emoción.

Esa era la sonrisa que llenaba las caras de Marta y Fina aquella noche, se veían desbordadas por la emoción porque sabían que el momento que tanto habían esperado, durante semanas, estaba cercano a llegar. Pronto sus deseos y anhelos más profundos se verían complacidos por un instante a solas que duraría hasta el amanecer.

Las horas del día separadas se antojaban realmente largas, sin embargo, cuando estaban juntas el tiempo volaba, aunque sus mentes intentaban retener cada instante, cada caricia, cada detalle, cada contacto de sus cuerpos y sus labios, cada palabra sincera, porque todo de la otra, por muy pequeño que pareciera, para ellas era algo realmente grande, inmenso, insuperable.

El viaje hasta Madrid fue eterno, sus manos, con una discreción extrema, rozaban el cuerpo de la otra a una altura a la que la vista del conductor no alcanzaba a llegar. El tiempo pasó en silencio, pero sus miradas gritaban a voces una necesidad aplastante de sentirse cuanto antes, mientras sus sonrisas involuntarias parecían ser la luz que aquella oscura noche necesitaba.

Fina notaba su cuerpo recomponerse por momentos, en cada kilómetro soltaba un lastre que anteriormente había ejercido un dolor desgarrador en forma de opresión en sus hombros, y en el resto de su cuerpo. Las tiernas caricias de Marta eran tan sanadoras como sus miradas, cada sonrisa que le dedicaba hacía que las lágrimas derramadas, por la angustia de aquel día, fueran dejando de doler y se antojasen incluso bonitas.

Marta aún le daba vueltas a la conversación con Jaime, no quería pensar en él en aquel momento en el que al fin estaba con ella, pero la confirmación de que lo sabía, unida a la liberación sentida después, provocaban una sensación novedosa que no desaparecía de su mente. Libre, no dejaba de pensar que al fin tenía esa libertad añorada, aunque fuese a escondidas, y pretendía celebrarlo de su manera favorita, mimando a Fina toda la noche.

Se miraron complices al bajar del coche, Marta pagó el viaje y Fina sintió un cosquilleo en su bajo vientre al verla caminar hasta la puerta de aquel edificio que conocía de sobra, lo que se había convertido en el momento preferido de su vida, tenerla para ella, estaba próximo a llegar.

Las dos estaban envueltas en la sensación de revivir una primera vez constante, los nervios y el hormigueo de las mariposas rozando con las alas al revolotear en su interior no desaparecían, de la misma manera que era imposible no pensar en qué pasaría después o en cómo reaccionaría la otra.

Cuando Marta abrió la puerta del portal y dejó pasar a Fina su mirada descendió hasta su trasero, y, al ser testigo del contoneo de sus caderas, recordó las palabras de Carmen, pero,  ¿Alguien podría ser capaz de no dirigir la mirada a aquella zona que reclamaba atención a voces? Al darse cuenta de su gesto se sonrojó al instante y una sonrisa tan tímida como involuntaria se dibujó en su rostro.

Cruzar una puerta nunca se sintió tan liberador como aquel día. Casi parecían dos recién casadas llegando a la habitación tras un gran evento de celebración en el que lo habían dado todo, solo que, en esta ocasión, toda la fiesta iba a ser privada y exclusiva, aún quedaba todo por entregar.

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