Capítulo 19: Deseo y realidad

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Mathew, inmerso en su cuarto, jugaba con el eco de los recuerdos de Vivian, una sinfonía de deseos aún no satisfechos. La partida física de ella no rompió el vínculo, sino que dejó un hambre persistente. En este juego de seducción, Mathew, consciente de la anticipación y la venganza que se tejen en su mente, esperaba ansioso el próximo encuentro con Vivian.

En su cabeza solo persistía un pensamiento lógico: la próxima vez no toleraría que su ratoncita eludiera su alcance.

Mathew, seguro de que disfrutaría castigándola placenteramente en su juego con Vivian, sentía el calor persistente debajo de sus boxers, una llama ardiente que se negaba a extinguirse. La anticipación y el deseo asaltaban su mente.

La recordaba con una sed exquisita, anhelando sumergirse en sus labios, como aquellas manos lo habían prometido.

No podía detener la imagen de su cabellera rubia ondeando, cada detalle lo excitaba desmedidamente. No podía reprimir la expansión de su deseo, la creciente urgencia que su anatomía buscaba liberar de la confinada prisión de sus boxers. El anhelo palpable, como un torrente ardiente, se infiltraba en cada fibra de su ser. La respuesta carnal, un eco ineludible ante la visión persistente de sus labios que prometían devorarlo sin restricciones.

La liberación de esos límites, el emergente deseo que ella había provocado, no pudo ser contenido. Entre sus manos yacía la continuación de sus fantasías, deslizándose como la realización de un anhelo que había permanecido mucho tiempo reprimido. Al tacto, la turgencia de su sexo se evidenció, y se tocó con avaricia pausada, evocando la imagen de Vivian, quien parecía ser una mujer más consciente de sus atributos y su apetito, como si hubiera descubierto su propio poder y estuviera dispuesta a explorar cada rincón de su deseo con determinación entre sus piernas. Una necesidad apremiante, como algo irresistible, lo invadió. En sus manos percibía la intensidad descontrolada, el calor que comenzaba a pulsar con fuerza en sus palmas. Esta intensidad aumentaba notoriamente, algo sublime que se desbordaba en su miembro y se extendía por su pecho con una pasión desenfrenada.

Cada movimiento, agitándose con desenfreno, reflejaba la pasión desatada que ardía en su sexo, un fuego que no estaba dispuesto a extinguir entre sus manos.

En medio del frenesí, sus gemidos se alzaron, evocando recuerdos vívidos de su feroz ratoncita, devorando cada instante con pasión, sumergiéndose por completo en el ardor del momento. El fuego desmesurado del deseo ardía sin control, cada roce elevándolo al máximo, consumiéndolo en la intensidad del momento. Agitando su anchura y rindiéndose a las sutilezas de su propio deseo, los gemidos fueron más furiosos, reproduciéndose duros y secos.

Gruñidos provocados por la intensidad de su propia fuerza, Mathew experimentó cada nota de placer desatado en un aumento embriagador, fantaseando en la boca de Vivian y en sus labios que resaltaban por el brillo del deleite.

La habitación se llenó con la sinfonía de sus gemidos ascendentes, alcanzando un punto culminante de éxtasis que resonaba en cada rincón, estallando en el culmen de su deseo.

Había empapado las bragas rojas de Vivian, pero no se sentía culpable.

La fría agua caía sobre su cuerpo, disipando cualquier rastro del olor de su pasión. Se vistió rápidamente, imaginándose encontrarse con su hermosa ratoncita. Sin embargo, algo captó su atención: un sobre encima de la alfombra al salir del cuarto de baño. Lo alzó y leyó en él: "Para mi dulce ángel". En ese momento, la extrañeza se apoderó de él. Desconcertado, optó por no abrirlo a pesar de la anhelante curiosidad que lo invadía. En ese instante, cuestionamientos sobre el remitente de la carta y su posible relación con Vivian lo invadieron. Una llama de intriga y amargura ardía en su interior. La necesidad de encontrarla se volvió imperiosa para disipar las dudas que lo atormentaban.

Salió con apuro, con pasos renuentes. La mansión estaba repleta, a la víspera de la boda de George. Era un mar de personas dispersas por todas partes. Se dirigió a la sala de estar, preguntándose dónde estaría Vivian. ¿En su cuarto, tal vez? Decidió recorrer los pasillos y el jardín interno cuando una voz lo sustrajo. Era ella, aún vibraba de belleza y con ese porte imperioso.

—Mathew —una voz engatusada, ensartada de salamería—, querido Mathew, no pensé encontrarte aquí.

—Igualmente, Chelsa —dijo Mathew sin sorprenderse inmediatamente. Su voz mostraba medida y algo arisca, que parecía contener con discreción, pero que sus ojos no podían ocultar.

—Te ves demasiado... —sus ojos no se detuvieron en contemplarlo descaradamente—... como siempre, no dejas de sorprender a nadie.

—Cinco años para ser exactos.

—Sí, que me recuerdas —dijo ella con una amplia sonrisa.

—Cómo no recordar cuando uno sabe reconocer que dejó de ser estúpido.

Chelsa, con una sonrisa juguetona, se acercó a Mathew, dejando un rastro de perfume embriagador a su paso. La distancia entre ellos se redujo, y ella continuó con su juego de insinuaciones:

—Pero el estúpido tenía su encanto, ¿no crees? —dijo Chelsa, con un brillo pícaro en los ojos.

—Oh, sí, el encanto de la juventud e imprudencia —Mathew respondió con una media sonrisa.

—Todo eso puede volver.

—El pasado tuvo su tiempo y es mejor dejarlo.

—Puede ser muy divertido y... placentero —alargó la última palabra y sus dedos parecían tentados a colocarse en el pecho de Mathew.

Algo en él la detuvo de cometer aquella indulgencia.

—Por los viejos tiempos.

Mathew se acercó a Chelsa, tomando suavemente su barbilla, y ella pareció encantada, incluso cerró los ojos.

—Mi vida ha tomado un rumbo diferente. No creo que sea una buena idea —dijo Mathew con voz firme—. Ahora distingo lo bueno en mi vida.

Chelsa, manteniendo su aire juguetón, respondió con una risa suave:

—Oh, Mathew, siempre tan misterioso y seductor. Tal vez deberías dejarme descubrir qué hay de bueno en tu vida ahora.

Mathew soltó suavemente la barbilla de Chelsa y retrocedió, su mirada revelando que las puertas del pasado estaban firmemente cerradas.

—Estoy ocupado, un gusto verte, en serio ahora lo veo —dijo Mathew girando.

—¿No me digas que hay alguien más? —dijo Chelsa llenándose de regocijo.

Volvió a mirarla, pero sus ojos fueron distantes y ella borró todo rastro de encanto.

—Adiós —sentenció Mathew.

Perfecto Engaño de Amor +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora