Capítulo 20: Elena

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Aún estaba confundida; intentaba mantenerse en calma, pero a veces le resultaba imposible. No debía pensar en Luciano ni en lo que había perdido; no podía hacer nada al respecto. Recordaba aquellos pasillos y volvía a sus diecisiete años, cuando lo único que le importaba era contradecir a su madre. Ahora no había nadie más, y era al mundo al que esperaba contradecir, aunque eso tuviera un costo. Al borde de los treinta, esta realización la golpeaba con una claridad escalofriante. Después de la fiesta, no tendría dónde quedarse, más allá de pasar un rato fingiendo interés por algún hombre.

Se detuvo al percatarse de que había alguien en el cuarto y se dio cuenta de que estaba en el segundo piso. Decidió marcharse, pero algo la detuvo: eran esas voces que flotaban en el aire con claridad

—¿Después de lo que hiciste para tenerlo? ¿Vas a renunciar a él? ¿Qué tal si alguien te hubiese visto? ¿Si alguien hubiese abierto la puerta y no yo? Da por hecho que me debes la felicidad de tu matrimonio.

—Deberías olvidarlo; no es nada.

—¿No es nada? Eso me dijiste hace dos semanas, y aun así te revolcaste con él. ¿No se lo quitaste a tu mejor amiga?

—No exageres, ¿quieres que te escuche todo el mundo? Adelante.

—No aprendes, ¿verdad, Mónica?

—Madre, ya deja de...

—Sabes lo que hice para que tu padre se quedara conmigo todos estos años.

—Soy consciente, madre, de todo. Recuerdo todas esas noches de drama. He aprendido de la mejor. ¿Quieres estar más en calma? Ya no me acostaré con él; se irá a Europa.

—Espero que...

Aún estaba absorta; una sensación helada recorrió su cuerpo, como un escalofrío que la mantenía en vilo. Quería retener cada palabra, cada detalle, mientras el miedo agudizaba sus sentidos y el conflicto se gestaba en su mente. ¿Podría ser Mónica? ¿Acaso ella había arrebatado el prometido de alguien? ¿Engañaba a su prometido? Los pensamientos se agolpaban, confusos, mezclándose con la culpa persistente por aquel beso robado en un tonto juego de niños. No, no podía ser, pero todo apuntaba a que solo Mónica sería capaz de algo así. Estaba segura de ello.

—¿Qué haces? —dijo Laura con una mueca de desagrado al ver a Elena cerca a la puerta.

La madre se apresuró a ver a las dos intrusas. Elena la miró sin atisbo de vergüenza y mostró todo el rostro, y vio al fin a Mónica acomodándose la ropa. Ella se quedó sorprendida al ver a Elena. Corrió hacia ella.

—¿Qué? ¿Qué es...?

—Dios mío, estabas aquí. Pensé que seguirías con esas hormiguitas que te persiguen como su reina —dijo Elena despreocupada—. Veo que estás ocupada, tengo que ir por algo en la nevera. ¿Me entiendes, verdad?

Sus pasos fueron sucesivos, tratando de dejar atrás a Mónica, pero fue en vano; ninguna de las tres la siguió. Solo recordaba las caras de consternación. Giró para ver si alguien la alcanzaba, pero no hubo nadie. En su mente solo rondaba la cercanía de las conclusiones. ¿De quién hablaban? Parecía tener la respuesta en los labios, no había ambigüedades.

Pero giró a tiempo para detenerse antes de chocar con esos ojos verdes y aquella acomodada sonrisa de George.

—¿Estás bien, Elena? —preguntó George con preocupación, extendiendo una mano para apoyarla si era necesario.

Elena, con una mezcla de inquietud y confusión en su mirada, respondió:

—Ah...

Nunca antes había tenido problemas para responder, pero allí estaba, con sus labios intentando articular algo propio. Tenía su respuesta ante sus ojos; un leve temor mezclado con angustia se instaló en su pecho. Aún no entendía por qué se sentía así.

—Todo el mundo parece llevar un secreto consigo —añadió con un suspiro.

Elena siguió en silencio, con la mirada perdida.

—Vivian ha pasado sin dirigirme la palabra y no me ignoraba; parecía obnubilada, distraída, no me respondió y siguió su camino. Y mi hermana hace lo mismo. Ni qué hablar de Alexander, nunca lo vi tan irritado.

—Los efectos de la boda —dijo Elena al fin, con una nota de resignación en su voz.

—Eso debe ser lo que le sucede a Mónica. No la he visto todo el día y mañana nos vamos a casar.

—Debe ser horrible no extrañar sus quejas y sus gritos.

Ella recuperó aquel semblante de plena confianza; sentía que podía enrumbar la conversación. Aun así, se enfrentaba al nerviosismo al recordar la conversación de Mónica y su madre.

—Elena —él rio tímidamente— sí, eso, pero estoy...

Demoró en responder, mientras sus ojos reflejaban un dilema interno.

—¿Enamorado?

—Buena respuesta.

—Debería ver a Vivian, creo que está así por lo que Alexander pretende hacer; debe estar angustiada—dio George.

—Ya es una chica grande, deberías pensar en ti estos días — dijo Elena.

—Pero nunca vi de esa forma a Vivian.

—Vamos, que sí lo has hecho, y no cambies de tema —dijo Elena con una voz que parecía reñirle sin gritos, sino con una voz tenue y acentuada.

—Debería buscar a mi prometida —dijo, haciendo ademán de partir.

—¿Si eso es lo que quieres? —dijo Elena con un tono sarcástico que no le agradó a George.

—¿Qué quiere decir?

—Debes estar nervioso, siempre en toda boda todos demuestran atención a la novia, pero ¿qué hay de ti? ¿Alguien te ha invitado un trago?

—Es temprano.

—Vamos, no seas cobarde. Yo te invito —añadió con una sonrisa alentadora.

—No es común que una chica invite a un hombre.

—Por amor de Dios, deja esos arcaísmos para gente horrible. Además, será tu primera vez que una chica te lo haga —algo en George se ruborizó.

—Si me hablas así, creo que me pondré como un tomate, y creo que a...

—Ella no lo sabrá. Deberías dejar de tenerle miedo.

—No le tengo miedo, solo respeto.

—Solo será un trago, no hay nada tan puro como un trago.

Y así, en ese momento fugaz de incertidumbre, Elena sintió cómo la extrañeza y la culpabilidad que la habían acosado tras aquel beso en la noche de juego perdían su aguijón. Al contrario, una inusual determinación se apoderó de ella, una determinación que la impulsaba a compartir con él los secretos que habían llegado a sus oídos, susurrados por los labios de Mónica. Pero, ¿qué diablos le pasaba por la cabeza? Elena recordó que, ante todo, Mónica era su amiga. A pesar de ello, la necesidad de revelar la verdad, de romper con la sombra de lo no dicho, la envolvía como una marea imparable.

Perfecto Engaño de Amor +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora