SEGUNDA PARTE
—Adelante, sirvan la comida —ordenó Valentaín a los sirvientes, con una calma.
Nos sirvieron las porciones, y lo que vi en mi plato era indescriptible. Mi estómago se revolvió, el horror me inmovilizó.
«¡Mierda! ¡MIERDA!» repetía en mi mente, incapaz de articular palabra. «Nada es real, solo es una pesadilla» me decía, pero la abrumadora certeza de lo contrario me aplastaba.
Mi madre, la mujer que tanto amaba, era el plato principal.
El comedor se llenó de un silencio espeso, roto solo por el sonido del cuchillo de mi padre cortando la carne. Isabell lloraba en silencio, sus ojos llenos de horror. Radu se sentó en su lugar, su expresión de frialdad absoluta, como si todo esto fuera parte de una tradición macabra que solo él comprendía.
—Padre, no puedo... —balbuceé, mi voz temblando, pero me detuve ante la mirada gélida de Valentaín.
—En esta familia, todos cumplen su deber —dijo, con un tono que helaba la sangre.
Radu cortó un trozo y comenzó a comer lentamente, sin apartar la vista de mí, como si disfrutara de mi tormento. Isabell se hundió en su asiento, sollozando. La atmósfera en el comedor era tan pesada que dificultaba respirar, como una pesadilla hecha realidad
En ese momento, comprendí la verdadera naturaleza de mi familia: una verdad cruda y sádica que me hizo cuestionar todo lo que había creído sobre la vida, la muerte y el papel que jugábamos en este siniestro reino de Valaquia.
Mi padre, con una actitud hipócrita, exclamó con una sonrisa deslumbrante: —Coman, disfruten. Hoy es un día especial.
No podía creerlo. Mi propio padre, ¡mi padre!, podía realizar un acto tan cruel. Lo miré a los ojos, buscando alguna señal de arrepentimiento, pero todo lo que vi fue un abismo. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Mis manos, temblorosas, tomaron los cubiertos de manera casi automática. Corté un trozo del muslo que me habían servido y me lo llevé a la boca. El sabor era indescriptible, una dulzura enfermiza que me recordaba a ella, mi madre. Una parte de mí lo rechazó con repulsión, y lo vomité casi al instante, mi cuerpo negándose a participar en el acto vil que había cometido.
Mi hermana Isabell, en llanto, se negó a comer. Se levantó indignada y corrió hacia su habitación.
La furia destelló en los ojos de mi padre. —¡Tráiganla! —ordenó, su voz fría como el acero.
Los sirvientes la arrastraron de vuelta, tirándola del cabello. Ella, aterrada y con lágrimas en los ojos, suplicaba: —¡Por favor, déjenme ir! —gritó, su voz quebrada. Pero la forzaron a sentarse nuevamente. Sus ojos, llenos de dolor, me suplicaban ayuda, pero mi cuerpo estaba paralizado por el horror.
Radu estaba sentado frente a mí. La conmoción me había hecho ignorarlo, pero lo que vi me heló la sangre. Radu devoraba parte del brazo de nuestra madre con una tranquilidad perturbadora. Sus ojos brillaban con una frialdad inhumana, y sus colmillos, afilados y prominentes, se clavaban en la carne como si fuese un manjar exquisito.
—Deberías comer, en vez de estar mirando. No hagas que se enoje más —dijo Radu, sin levantar la vista.
Intenté responder, pero mi lengua se trabó. Todo se volvió borroso, y la sala comenzó a girar. El terror se apoderó de mis sentidos hasta que finalmente perdí la conciencia...
Desperté con un sobresalto, los gemidos y gritos agonizantes de una mujer perforaban mis oídos. Mi cuerpo se levantó de la silla en un espasmo; el ambiente era sofocante, lleno de un hedor a muerte que me hizo retorcerme. El cadáver desmembrado y exhibido de mi madre era un espectáculo macabro que me golpeó con una realidad brutal. Mis ruegos internos para que todo fuera un sueño cruel se deshicieron como la niebla al salir el sol. La verdad, sangrienta y grotesca, se cernía sobre mí con una fuerza implacable.
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Order of the Black Hand
FantasíaEn un mundo de constante cambio, una secreta fraternidad de hechiceros, guerreros y sabios se dedica a mantener el equilibrio en un universo propenso al caos.