Capítulo 2

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A Max no le explicó la razón por la que se marchó temprano del antro. Pero, al llegar a casa, tampoco se metió a la cama. Sino que se recostó en el sofá, mirando el techo, rebobinando en su mente todo lo vivido. Parecía de película.

Pasó un buen tiempo hasta escuchar la puerta principal abrirse a la vez que llegaba el amanecer. Lo pudo confirmar por la tenue luz que pasaba por la cortina de la ventana.

―Se puede saber ¿qué te ocurrió? ―Max se acercó a él, con los brazos en la cintura― Nos dejaste sin saber a Félix y a mí ¡en el comienzo de nuestro cumpleaños!

―No te quejes sabiendo que ir a fiestas no es lo mío. ―se quejó Harper, dando un bostezo.

―Se suponía que esta madrugada era una excepción. ―continuó Max, sentándose en el otro sofá― Siempre trabajaste para este día. Me has dicho que sería diferente en este y me dejaste plantado.

―Podemos desayunar juntos, para empezar y luego dar un paseo con madre. ―Harper, notando su insistencia, sintió también algo de culpa, incorporándose del sofá― Te haré tostadas francesas.

Max siguió poniendo mala cara, pero no se negó, cruzándose de brazos. Harper fue hasta la cocina abierta, intentando pensar en lo que diría a Alma sobre el trabajo. ¿Cómo se explicaría? Él odiaba las mentiras.

Queriendo no dar más vueltas en el asunto, preguntó en voz alta, mientras preparaba el desayuno:

―¿Qué tal te fue con el chico? Cuéntame de él.

Más tardó en responder. Harper le tiró una mirada rápida, reconociendo el gesto de dolor en su hermano.

―No ocurrió nada. Siquiera habló conmigo. ―murmuró el gemelo― Él no supera a su ex porqué... ¡No sé! ¡Agh! No lo conozco, pero su ex es un demente y él no quiere saber nada con alguien por eso.

―No pierdas el tiempo con alguien que no te brinda seguridad. ¿Le dijiste que te gusta?

El silencio confirmó la pregunta. Además la cara de Max se volvió una cargada de más angustia. Cuando su gemelo estaba bajo ese tipo de estado de ánimo o enojado, por una extraña conexión, Harper lo percibía sutilmente. A Max le ocurría lo mismo, pero no tantas veces como a Harper. Exceptuando la parte del enojo. En fin, Harper no tardó en entender que a Max le gustaba ese chico.

―La cosa es que no puedo olvidarme de él, de un día para otro. ―insistió Max, abrazándose las piernas― Lo veo siempre en la universidad. Si bien no compartimos la misma carrera, siempre nos cruzamos y charlamos un buen rato. Félix dice que me da falsas esperanzas. Me lo dijo cuando salimos de la discoteca.

―¿Y no crees que tiene algo de razón? ―enarcó una ceja Harper, deteniendo un rato sus movimientos.

―Hermano, no sabrás la confusión de este sentimiento hasta que te guste alguien que no puedas entender. ―suspiró Max, apoyando la cabeza en sus rodillas, con la mirada gacha― Tengo la suerte de que me siga hablando, a pesar de que sabe lo que siento. Y yo seguiré queriendo hacerme el interesante. Por ejemplo, hoy quería presentarte para presumir que tengo un hermano gemelo que es acompañante terapéutico.

―Que bueno que me fui. ―continuó haciendo el desayuno Harper, con seriedad.

―¡Hey!

La puerta principal volvió a hacer ruido. Entrando a la casa, una mujer de estatura media con un ambo blanco y una cartera negra los sorprendió, cerrando cuidadosamente la puerta con llave. Era rubia, con algunas canas sutiles asomadas y ojos del mismo color de Max. Se sacó el abrigo mientras sonreía al hablar:

―¿Qué hacen mis niños con veinticuatro años?

―Ya no somos niños. ―contestó Harper, sirviendo jugo de naranja en tres vasos.

Max, en cambio, se levantó yendo hasta la mujer a la cual le pasaba por una cabeza y la abrazó, con una gran sonrisa.

―Mami ¿nos trajo algo? ―escuchó que Max preguntaba.

Harper rodó los ojos, sirviendo las tostadas en unos platos. Mientras su madre rió.

―Tan interesado él. Por supuesto que les tengo unos regalos a mis bebes.

―Ahora no es necesario que los entregues. ―habló Harper con firmeza― Vengan a desayunar y madre descansa luego.

Siguiendo su pedido, a los minutos pasados, los tres estaban desayunando tostadas francesas con Nutella y jugo exprimido de naranja. No eran personas de muy buen recurso económico. Pero, de vez en cuando, en eventos especiales, solían darse el gusto.

Al ser la primera en terminar, la madre de los gemelos desapareció por unos instantes por el pasillo que daba a las habitaciones para luego reaparecer con dos paquetes de regalo. Harper se sorprendió porque eran grandes y Max exclamó su felicidad porque, como cuando eran niños, le gustaba recibir cosas.

―Espero que les guste. Este es tuyo y este es tuyo. ―dijo la mujer, entregando a cada uno el que correspondía.

Harper abrió, sin tanta prisa como Max, el paquete. Su hermano había soltado un grito que lo aturdió, mirándolo de mala gana.

―¡Es hermoso! ―decía Max, sacando por completo una campera de tela de peluche con capucha, color rosa― ¡Tiene orejitas! Gracias, ma.

Lo último agregó, abrazando a su madre. Harper cerró unos instantes los ojos antes de ver el suyo. Seguro era lo mismo. Siempre recibieron los mismos regalos o cosas similares. Por lo tanto le asustaba que su campera tuviera también orejas en la capucha. Sin embargo, cuando lo sacó, descubrió que se trataba de una campera un poco más larga que la de Max, con tela de peluche y color negro y blanco. No tenía orejas, pero sí una capucha.

―¿Te gusta, hijo? ―oyó que le preguntaba su madre, acariciando el hombro.

―Me encanta. Gracias, madre. ―respondió Harper, uniéndose al abrazo con su hermano.

―Mis pequeños están grandes. ―comenzó a decir la mujer, acariciándolos― No sabía qué regalarles. Pero les viene bien algo calentito con este frío, por más que sea primavera. Sobre todo a ti Max, que te gusta andar de noche semidesnudo.

Lo último lo dijo con una pequeña risa y Harper sacudió la cabeza sonriendo a medias. Miró por un buen tiempo a su madre, pensando en lo maravillosa que era. Una mujer que haya tenido que criar gemelos desde hace años, debió ser duro. Aun así los consentía como si nunca hubieran crecido. Alguien trabajadora y dulce como ella, era todo lo que estaba bien.

Frunció las cejas al recordar que tenía que llamar a Alma, pero antes debía pensar en una buena excusa para rechazar el trabajo con la familia Osipov. Pero más los frunció cuando volvió a ver a su madre y notó cierta palidez que le llamó la atención.

―Madre ¿por qué mejor no vas a descansar? ―le sugirió el chico, dejando su regalo sobre la silla.

Max mostró preocupación, tal vez dándose cuenta de lo mismo.

―Oh, no puedo aun. ―rió su madre― Tengo que ir a la pastelería. Félix me imagino que vendrá ¿no? Con algunos amigos de la universidad. ¿Tú invitaste a alguien, Harper?

―Madre, de verdad. No te ves bien. ―le insistió Max, pero fue ignorado con un gesto con la mano de parte de ella.

―Yo estoy bien. Sólo un poco cansada de hacer tantas guardias. ―contestó la mujer, dándose vuelta para encarar a las habitaciones― Hoy es el día de mis pequeños así que no pienso...

Dejó las palabras en el aire, provocando que Harper retuviera la respiración. De repente, la mujer se desplomó en el suelo y los dos hermanos enseguida se agacharon para asistirla. Había perdido la consciencia. 

La Gran Mentira De Bastián Osipov [B.O1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora