Capítulo 7

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―Al final la tenía yo. ¡Qué boludo!

Harper miraba con el ceño fruncido a Bastián que se agachó para sacarle las esposas y así ya poder gozar de su libertad. Pero antes, agarró del cuello de la camiseta al menor y lo tiró a la cama, acorralados con furia.

―Tú, maldito, me las pagaras. ―escupió con repulsión.

―Ya dije que te iba a pagar las horas extras. ¿por qué te pones así? ―Bastián lucía tranquilo, ya con el rostro limpio y un aroma a jabón.

―¡Yo tengo una vida afuera! ―Harper lo soltó, poniéndose de pie y caminando de un lado a otro, enfrente suyo― No sólo tengo que soportar ser tu cómplice, sino que eres capaz de drogarme para salirte con la tuya. Ayer debía volver a mi casa porque tengo cosas importantes que hacer. ¡Pero a ti eso no te importa! Al igual que lo que sienten tus padres al creer tu engaño.

―¿Pensas que no me importa lo que sientan mis papás? ―preguntó Bastián, sentándose en el borde de la cama con las cejas fruncidas― Acá ninguno de los dos sabe lo que siente el otro. O lo que vive. ¡Porque no nos importa! Si tuve que drogarte, fue porque no me diste otra alternativa. Podías haberte ido a casa si no te hubieras interpuesto en mi camino.

―¡Porque debo cuidar de ti! Sea o no una mentira, eres mi paciente y estás bajo mi responsabilidad.

―Estás trabajando por interés. Si no te gusta lo que hago ¡Entonces decime cuánto queres y salí de mi vida!

Ambos se observaron con los pechos agitados, viéndose con las frentes arrugadas y los puños cerrados. Harper nunca vivió una situación así con un paciente donde discutiera o estuviese sólo por interés económico. Lo que ocurría con Bastián, a pesar de la mentira, era que no tenía alternativa por el momento porque el trabajo ese era muy bien pago. Y ni bien cobrara, pagaría los gastos del hospital por su madre. Seguido de otros gastos para hacer el tratamiento que ella requería. Pero no confiaba en Bastián para revelar su vida personal.

Se dio media vuelta y agarró su mochila, ofendido. Revisó que estuvieran todas sus cosas como su móvil, el cual revisó, apretando los dientes al ver que tenía mensajes de Max contándole que su madre no había pasado bien la noche. Lo guardó en el bolsillo de su pantalón, cerrando los ojos y luego abriéndolos para girarse a ver a Bastián.

―Tienes una madre angustiada por ti. Deberías pensar mejor en lo que haces y aprovechar que la tienes. Porque no muchos pueden disfrutar un momento con la propia. ―se colgó la mochila al hombro, yendo hacia la puerta― Me voy. ¡Y no me pagues nada! No quiero tu estúpido dinero.

Sin esperar respuesta, Harper cerró la puerta y caminó rápido hacia la salida, sin ser visto. La luz del sol mañanero lo cubrió con calidez a pesar del alboroto en su mente. Se dirigió hacia la primera parada de bus, dejándose caer en el asiento, llevándose las manos a la cabeza para soltar un gruñido de frustración. La vibración en su pierna lo distrajo, a pesar de querer ignorarlo. Sacó su móvil leyendo en la pantalla que se trataba de Félix, por lo que enderezó la espalda y atendió de inmediato.

―¿Hola?

Hola, Harper. Quería saber cómo te encuentras. Sé lo de Tiana y que estás trabajando muchas horas en un lugar nuevo. ¿Estás ocupado? ¿Necesitas que te pase a buscar?

―Oh, no. No es necesario. ―respondió de inmediato Harper, sonrojándose por la insistencia de su amigo― Gracias por llamarme.

La risa de Félix resonó cálida del otro lado de la línea.

No tienes porque agradecer. Sabes que tú y Max pueden contar conmigo. Si necesitan algo, yo estaré ahí. Podemos turnarnos los tres para cuidar de su madre. Ya que para mí también es como si fuera la mía.

―Tú trabajas y estudias demasiado. ―sonrió Harper, viendo a lo lejos que el bus se acercaba― Pero si mi hermano o yo necesitamos algo, te lo haremos saber.

¿Tú me lo harás saber? Mira quien habla de trabajar demasiado y creer que puede con todo. ―volvió a escucharse una simpática risa de parte de Félix― No te sobreexijas de más, Harper. Tu madre necesita de sus hijos, asi que intenta no trabajar mucho tiempo. Supe que te pagarían demasiado, pero no por eso tienes que hacer horas extras. Si necesitan dinero...

―¡Oh! No, no, no. ―Harper se levantó, sacudiendo la cabeza y haciéndole seña al bus que se acercaba cada vez más― Tú no debes darnos dinero, Félix.

Es lo que no quieres. Pero lo haré. Voy a ayudar en todo lo que esté a mi alcance porque no quiero que te enfermes.

Harper podía sentir como sus mejillas seguían calientes y sonrió nuevamente. El bus se detuvo y mientras abría las puertas, el pelinegro murmuró:

―Gracias por tanto, Félix.

No tienes de que agradecer. 

La Gran Mentira De Bastián Osipov [B.O1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora