Capítulo 4

1 0 0
                                    

La risa de Bastián resonaba en la habitación como si se tratara de un villano que Harper miró con mala gana. El castaño estaba sentado en su cama, con la espalda en la pared, agarrándose la barriga con ambos brazos y los ojos cerrados. Era como si Harper fuese un payaso haciendo monerías.

―¡Voy a renunciar! ―recitaba Bastián con voz socarrona mientras reía― ¡No seré cómplice de una mentira vulgar como esta!

―Cierra la maldita boca. ―dijo a regañadientes Harper, aun de pie frente a la puerta cerrada de la habitación.

―Vos dijiste que no trabajarías para mí. ―Bastián lo observó con ojos lagrimosos y una sonrisa de oreja a oreja― ¡Y acá estás! Viniendo a trabajar gratis.

―¡No vengo a trabajar gratis!

―Ah, queres plata. ―calmando la risa, Bastián torció la boca, viéndolo fijamente― ¿Cuanto por tu silencio y para que no vuelvas?

―Tampoco quiero algo de ti. ―Harper apretó los puños, con fuerza contra su cuerpo.

―Es lo mismo si lo recibes de mis padres. ―alzó las cejas Bastián, sin borrar su sonrisa― Yo no te quiero acá. Y estoy seguro de que vos tampoco queres.

―No tengo alternativa ¿okey? ―el pelinegro se acercó al escritorio, dejando su mochila encima de él y sentándose de brazos cruzados en la silla rodante― Aunque no quieras, estaré aquí y te trataré como mi paciente.

―No creas que voy a permitirlo. ―dijo tras un suspiro Bastián, levantándose de la cama y acarició la silla de ruedas que estaba junto a esta― No quiero que nadie me venga a ayudar porque soy depresivo y no puedo caminar.

―Das una vergüenza enorme. ―a Harper le hervía la sangre con tan sólo ver cómo se movía sin dificultad― Tus padres se decepcionarán demasiado si llegan a enterarse la verdad.

―Ellos no se van a enterar. ―Bastián manejaba el vocabulario con mucha seguridad y ojos traviesos― Y si llega a ser así, además, te arrastraría conmigo por abrir la boca en donde nadie te llamó.

Harper chasqueó la lengua y rodó los ojos. Claro que no era ningún tonto para mandar fácilmente al frente el engaño de Bastián. Lo primordial para él era tener ese trabajo hasta que hubiera uno mejor que ese o con la misma paga. Necesitaba el dinero para poder ayudar a su familia. Pero eso Bastián no tenía porqué saber. Si se quedaba como alguien con intereses, no le importaba. No iba a contarle su vida privada y rogar que no lo despidieran.

―Escucha ―habló Harper, intentando llegar a un acuerdo―: sería conveniente para ti tenerme como tu acompañante terapéutico. No hablaré de más. No diré sobre tu engaño mientras me facilites el trabajo. Y si llega a ocurrir que lo pierdo, te expondré. Estamos en el mismo barco.

―No lo creo. ―Bastián mantuvo la postura, sentándose en la silla, con las manos en cada rueda para movilizarse en el espacio― No me conoces bien.

―Tampoco me conoces bien.

Ambos quedaron mirándose por unos instantes hasta que Bastián puso los ojos en blanco y fue con la silla hasta el balcón que daba al patio interno de la casa. Harper se puso de pie para seguirlo, desconfiado. Se quedó de pie, en el ventanal, viendo como Bastián mantenía la vista al frente.

―No me veo beneficiado con tu idea. ―lo escuchó decir― Tendrías que serme útil para algo.

―Soy acompañante terapéutico. ¿Qué quieres que haga? ―soltó Harper con el ceño muy fruncido.

Hubo un rato de silencio hasta que Bastián miró por encima de su hombro para verle el rostro.

―Vos podrías ser un señuelo.

―¿Señuelo? ¿Para qué? ―Harper no comprendió la idea del castaño que giró la silla de ruedas para estar frente a frente.

―Sencillo: por las noches te acuestas en mi cama para disimular que sos yo y así no pondré en riesgo que mis papás se den cuenta de que no estoy.

―¡Oh, no! ―soltando una carcajada irónica, Harper negó con la cabeza― ¡Yo no voy a hacer eso! Porque tú no te escaparás de la casa. No puedes salir. Eres un paciente psiquiátrico que necesita compañía las veinticuatro horas. Y además sería difícil irte con la silla de ruedas.

Sonrió orgullosos por sus palabras. No pensaba en acceder a nada de lo que el chico propondría. Estaba decidido a hacerle la vida imposible de ser necesario.

―Entonces, por lo que veo alguien va a perder el trabajo. ―sostuvo Bastián, con seriedad.

―Y yo veo a alguien cuya mentira será expuesta.

Nuevamente se quedaron callados, mirándose desafiantes. Lo detestaba. Cada segundo, cada minuto que transcurría no podía soportar ver a ese castaño. Pensar que existían pacientes que de verdad necesitaban de un acompañante, le daba rabia. De todos los que existían, tenía que tocarle uno que fingía, angustiando a sus propios padres, sin importarle nada.

―No podes retenerme acá. ―se quejó a regañadientes Bastián, con las cejas fruncidas.

Por primera vez, Harper sintió que lo acorraló. Algo que creyó que sería difícil, le estaba resultando, así que sonrió, acercándose para ponerse en cuclillas frente a él, apoyando una mano en cada rodilla ajena.

―Yo no te retengo. Es que no puedes caminar. Sufriste un accidente grave. ―hablarle de tal manera comenzó a gustarle porque podía notar la molestía en las expresiones de Bastián― Y la depresión que tienes no te permite salir. Porque eres un peligro para ti mismo y para terceros.

―Deja de hablar de esa manera porque te juro que me voy a tirar del balcón y echarte la culpa. ―lo amenazó Bastián, corriendole las manos para que dejara de tocarlo.

―Ah, cierto. ―Harper preparó su carta para una buena jugada:― Tienes experiencia en saltar. ¿De qué color era el coche al cual te lanzaste?

―¡Ya cierra la boca!

Bastián se puso de pie y caminó dentro de la habitación. Harper sonrió malicioso y divertido. Dio la vuelta para agarrar la silla de ruedas y entró, echando una mirada al chico que se acostó en la cama, cubriéndose con las mantas hasta la cabeza. Dejó la silla al lado de la mesa de noche y se sentó en ella para seguir viéndolo, con las piernas cruzadas.

―Parece que a alguien se le acabó la diversión. ¿De qué te estabas riendo hace un rato? ―disfrutó molestar Harper.

―¡Dije que no hables más! ―oyó que le decía Bastián, sin quitarse las mantas― Voy a hacer lo que yo quiera. ¡Y no podes impedirmelo!

―Eso crees.

Bastián se destapó, sentándose para verlo con enojo.

―Te voy a acusar para que pierdas el trabajo. ―lo volvió a amenazar.

―Hazlo. ―se encogió de hombros Harper y entrecerró los ojos― Mentiroso. 

Bastián volvió a soltar un gruñido y se cubrió por completo con las mantas. Harper mantuvo la sonrisa, sintiéndose triunfante. Por el momento, iba a la cabeza de ese juego que acababa de comenzar. 

La Gran Mentira De Bastián Osipov [B.O1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora