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Santiago de Chile, Centro de Detención Preventiva Santiago Sur:

Los reclusos se dividían en grupos según sus nacionalidades y actividades delictivas. La rutina era monótona, y la violencia era una amenaza constante. Un día, llegó un nuevo interno, un joven surcoreano llamado Jin, que rápidamente se destacó por su apariencia distinta y su comportamiento reservado.

Jin no hablaba español y se encontraba completamente perdido en un entorno hostil. Su llegada no pasó desapercibida, especialmente para Manuel, un reo chileno conocido por liderar una de las bandas más peligrosas dentro de la cárcel.

Manuel, junto con su pandilla, decidió que Jin sería una presa fácil. Se acercaron a él mientras estaba sentado en la cafetería, intentando comer en silencio.

—Oye, compadre, ¿qué te creí? —dijo Manuel, dando un fuerte golpe en la mesa. Jin levantó la vista, confundido y asustado.

—No entiendo —respondió Jin en inglés, esperando que alguno de ellos comprendiera.

—¡Ah! El coreano no sabe hablar —se burló otro miembro de la pandilla, riéndose con desprecio.

Jin intentó alejarse, pero Manuel lo agarró por el cuello de su camiseta.

—Aquí no te vai a salvar, ¿me escuchaste? —le dijo en un tono amenazante, aunque Jin no entendía las palabras, el mensaje era claro.

Esa noche, Jin no pudo dormir. El miedo lo invadía. Sabía que no podía sobrevivir solo, así que al día siguiente decidió buscar ayuda. Recordó haber visto a un grupo de reclusos que parecía mantenerse al margen de los conflictos, liderados por un hombre llamado Ricardo, conocido como "El Loco".

Con esfuerzo, Jin logró acercarse a Ricardo durante el recreo en el patio. Utilizando gestos y su limitado conocimiento del inglés, le pidió ayuda. Ricardo, un hombre con una mezcla de dureza y compasión, entendió la situación.

—Escucha, coreano, aquí las cosas son difíciles, pero no podemos dejar que estos desgraciados te hagan pedazos. Quédate cerca de nosotros —le dijo Ricardo, mientras otros miembros de su grupo asentían en silencio.

Los días siguientes, Jin se mantuvo al lado de Ricardo y su grupo. Aunque no entendía todo lo que decían, la barrera del idioma comenzó a romperse gracias a la voluntad de comunicación y el apoyo mutuo. Lentamente, aprendió algunas palabras en español, especialmente las relacionadas con la jerga carcelaria chilena.

—Oye, Jin, cachai que aquí tenís que estar siempre atento. No te podís confiar —le decía Ricardo, enseñándole cómo moverse y actuar dentro de la cárcel.

Manuel y su pandilla no tardaron en darse cuenta del nuevo grupo que protegía a Jin. Una tarde, decidieron que era hora de mostrar su fuerza. Se acercaron al patio donde Jin y los demás estaban jugando un partido de fútbol improvisado.

—¡Oye, loco! ¿Creís que podís proteger a todos los extranjeros que llegan? —gritó Manuel, desafiando a Ricardo.

Ricardo no se dejó intimidar. Dio un paso al frente y respondió con firmeza.

—Aquí nadie está solo, Manuel. Si querís pelear, peleamos todos.

La tensión se cortó con un cuchillo. Manuel hizo una señal y su pandilla se lanzó sobre el grupo de Ricardo. La pelea fue brutal, golpes y gritos llenaron el aire. Jin, aunque aterrorizado, se defendió con todas sus fuerzas, recordando las enseñanzas de Ricardo.

Finalmente, los guardias intervinieron, separando a los grupos y llevando a los heridos a la enfermería. Jin, aunque golpeado y adolorido, se sintió aliviado al ver que Ricardo y su grupo lo miraban con respeto.

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