Con el tiempo, Andrea—ahora Atenea—comenzó a adaptarse a su nuevo entorno. Los días se sucedían con una mezcla de descubrimientos y adaptaciones. Sus ojos, antes borrosos, empezaron a captar los detalles de su alrededor con mayor claridad, aunque, sus extremidades eran otra cosa, aún no podía utilizarlas como quisiera, ser un bebe era complicado.
El primer rostro que vio con nitidez fue el de una mujer mayor pero increíblemente hermosa. Sus ojos verdes eran intensos, con una mirada altiva y cabello negro que caía en suaves ondas alrededor de su rostro. Cuando sus ojos se encontraron, la mujer le sonrió con calidez.
—Eres hermosa —le dijo la mujer en un tono maternal y protector. No sabía su nombre, pero la amabilidad y la seguridad en su voz la reconfortaban. La mujer la sostuvo con cuidado, arrullándola y tarareando una canción que no lograba reconocer, pero que le transmitía una profunda calma.
De repente, una voz masculina resonó en la habitación, fuerte y familiar, aunque Atenea no lograba ubicarla del todo.
—Claro que es hermosa, es mi hija.
La figura masculina se acercó y, con brazos fuertes y robustos, me tomó de los brazos de la mujer. Sintió un delicado beso en su frente y cerró los ojos por instinto. Al abrirlos, se encontró con un hombre de cabello negro y ojos del color del acero. Su perfil era perfecto, como tallado por un dios, y Atenea sintió una mezcla de asombro y reconocimiento. Este debía ser su padre, el hombre que había pronunciado y declarado su nombre al nacer.
—Es una Morgan, después de todo. La belleza y la inteligencia están en su sangre —dijo la mujer.
—¿Qué haces aquí, Regina? No recuerdo haberte invitado —dijo su padre con un tono ligeramente rudo.
—Yo puedo entrar donde se me pegue la gana, muchachito malagradecido. Por algo soy tu abuela —respondió la mujer, con una chispa de autoridad en su voz.
En ese momento, Atenea unió todos los puntos. Su padre, el hombre que la había nombrado al nacer, el dueño de esa voz que escuchó por primera vez en este mundo era Christopher Morgan. Y la mujer que la había sostenido en sus brazos era Regina Morgan, su bisabuela. La confirmación de su sospecha le dio una extraña mezcla de alivio y miedo.
Esto significaba que estaba realmente en la trama de "Pecados Placenteros". Pero si Christopher era su padre, la gran pregunta ahora era: ¿Quién era su madre? ¿Podría ser Rachel James, la feroz y apasionada protagonista? ¿O Sabrina Lewis, la clasista y loca hermana de el "mejor amigo" de su padre? La incertidumbre la llenaba de inquietud.
Andrea, ahora Atenea, se encontraba en el corazón de una historia que había leído tantas veces. Pero vivirla era algo completamente diferente. Las palabras impresas en las páginas del libro ahora eran su realidad, y cada decisión, cada interacción, podría tener consecuencias imprevistas.
Atenea sabía que debía aprender rápido. Su conocimiento de la trama original podría ser su mejor arma, pero también su mayor desafío. Necesitaba saber quién era su madre, cómo encajaba en este nuevo mundo y, lo más importante, si aquí también estaría condenada a la enfermedad que la había atormentado en su vida anterior o sufría algo como lo hizo Owen Morgan en algún momento de la historia principal.
Mientras los días pasaban, Atenea observaba y escuchaba. Los personajes que había conocido en las páginas del libro cobraban vida a su alrededor, cada uno con su propia historia y sus propios secretos. A medida que crecía, se preparaba para enfrentar los desafíos que este nuevo mundo le presentaba, determinada a encontrar su lugar y, quizás, a reescribir su propio destino en esta intrincada red de pasión, poder y amor.
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Empíreo
FanfictionUna joven enferma desde siempre, confinada a una vida de hospital y limitada a sus pasatiempos favoritos de leer y ver series, encuentra en la saga de "Pecados Placenteros" una historia que fue en su momento su escape y refugio. En su cumpleaños núm...