Capítulo IV Dura Noche

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Me recuesto en mi cama, con Svettlana en mis brazos

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Me recuesto en mi cama, con Svettlana en mis brazos. Mi mente no podía encontrar la paz. Ella no me dejaba. Miro el reloj: eran las 2 de la mañana, y tendría que levantarme a las 6 para ir al comando.

—Svettlana, joder, ya duerme. Son las 2 de la mañana y debo salir en 4 horas más —dije, mirando a la pequeña que solo lo observaba y reía. Parecía que se estaba burlando de él y a la vez rentándolo, esta cosa llena de babas.

Ella me miraba con ojos brillantes, sin intención alguna de cerrarlos. Me sentía frustrado. Ya había intentado todo: cambie su pañal, le puse ropa limpia y sabía que no le tocaba comer hasta dentro de dos horas más.

—No sé qué es lo que quieres. Ya cambié tu pañal, cambié tu ropa, no te toca tu alimento hasta dentro de unas horas más. ¿Qué es lo que quieres? —dicto de manera frustrada, casi exasperada.

Atenea solo lo veía e intentaba girarse, pero no podía. Eso parecía molestarle, ya que fruncía el ceño y hacía un pequeño puchero. Reconocí esa señal y la tomé en brazos, intentando arrullarla de nuevo. Le coloco el chupón rojo en la boca, y ella instintivamente la abrió para succionar el objeto.

—Debes dejarme dormir, bola de baba —le digo con una mezcla de cariño y frustración. Atenea cerró sus manitas en puños, como si entendiera y le molestara lo que le había dicho. No pude evitar sonreír ante su reacción.

La sostuve con firmeza, arrullándola y tarareando la canción que Regina le tarareaba siempre. Esperaba que esta vez funcionara y la pequeña se durmiera de una puta vez. A medida que seguía tarareando, sus pensamientos comenzaron a vagar.

Christopher Morgan no era un hombre acostumbrado a la vulnerabilidad. Su vida había sido una constante lucha por el poder, y había aprendido a ser rudo, altanero y narcisista aunque todas esas cosas ya vinieran en él de manera natural para sobrevivir en un mundo donde solo los fuertes prevalecían. Pero ahora, tenía a esta pequeña cosa en sus brazos, una extensión de sí mismo, alguien a quien proteger y cuidar.

Atenea se acomodó en sus brazos, sus ojos empezaban a cerrarse lentamente. Christopher continuó tarareando, su mente oscilando entre la ternura y la frustración. Él, un hombre que no se doblegaba ante nadie, ahora se encontraba al borde de la desesperación por lograr que su hija durmiera.

Recordó las palabras de Regina: "Es una Morgan, después de todo. La elegancia, la dignidad y el orgullo están en su sangre." Pero Christopher sabía que ser un Morgan también significaba enfrentarse a innumerables desafíos y enemigos. Su hija tendría que ser fuerte, incluso más fuerte que él, para sobrevivir en su mundo.

Finalmente, Atenea se quedó dormida. Christopher la miró con una mezcla de orgullo y ternura. La pequeña bola de baba había ganado esta ronda, pero él estaba dispuesto a luchar por ella en cualquier batalla que viniera.

La colocó con cuidado en su cuna, asegurándose de que estuviera cómoda. Luego, se recostó en su cama, agotado pero con una sensación de satisfacción. Atenea era lo más importante para él ahora, y haría cualquier cosa para protegerla y asegurarse de que tuviera el futuro que merecía.

Mientras cerraba los ojos, Christopher pensó enlo que el mañana traería. Pero por ahora, en este momento de tranquilidad,podía descansar sabiendo que su hija estaba segura y en paz

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