Capítulo 3

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Le corroía el remordimiento cuando por fin se montó en el autobús que lo llevaría al paseo marítimo. Había tenido que mentir a Iola para salir.

Había contado que iba a ir con otros dos camareros para tomar algo. Para que se sintiera peor todavía, Iola se había quedado encantada porque su hijastro iba a salir por fin a divertirse y le había animado a que se arreglara y a que se pusiera el conjunto blanco y vaporoso que le había regalado hacía unas semanas. Sin embargo, ¿cómo iba a haber reconocido que había quedado con el padre de Bella?

Al fin y al cabo, ya había mentido cuando dijo que no tenía manera de ponerse en contacto con el padre de su hija. Kreon e Iola habían mirado hacia otro lado por la preocupación y la vergüenza y habían dado por supuesto que no sabía el nombre de ese hombre. Naturalmente, una mentira llevaba a otra mentira y le fastidiaba no poder ser más sincero, pero Kreon se subiría por las paredes si se enteraba de que Ohm era al padre de Bella, y no quería que pudiera quedar en el punto de mira de la ira de los Thitiwat.

Aparte, ¿por qué iba a verse con Ohm cuando había jurado que no lo haría jamás?

Evidentemente, estaba pensando en las necesidades de su hija y se preguntaba si existía la más mínima posibilidad de que Ohm hubiese cambiado su opinión sobre los niños y estuviese dispuesto a recibir con agrado la noticia de que era padre. Fluke tenía la obligación de decirle que tenía una hija, se dijo a sí mismo con firmeza mientras el corazón le latía con todas sus fuerzas y le costaba respirar ante la perspectiva de volver a ver a Ohm.

También se riñó a sí mismo mientras pasaba de largo por los bares llenos de gente y no hacía caso a los hombres que lo llamaban.
Ohm era un hombre muy guapo y, naturalmente, él se había dado cuenta de eso, pero no pasaba nada más. Ya no era un jovencito impulsivo, ya sabía cómo era él y lo que quería.

Ohm salió del bar con Zenas pegado a los talones.

El resto de los guardaespaldas estaban a una distancia prudencial. No supo por qué estaba allí hasta que vio a Fluke con un conjunto blanco de tela vaporosa que se le arremolinaba alrededor de su cuerpo y con el pelo castaño alborotado que le caía sobre los pómulos y brillaba a la luz de las farolas. Entonces, supo por qué había ido allí, maldijo ese arrebato de lujuria animal y el enojo se adueñó de él cuando notó una tensión creciente por debajo de los vaqueros. Unos hombres se dieron la vuelta para mirar a Fluke cuando pasaron a su lado y Ohm apretó los labios.

– ¿El... camarero? – le preguntó Zenas en un tono algo burlón desde la sombras.

– Esta conversación tiene que ser privada – contestó Ohm a su amigo del colegio.

Le tranquilizaba que Zenas hubiera entrado en su servicio de seguridad el año anterior y no supiera que ya conocía a Fluke. El guardaespaldas cruzó la calle obedientemente y se sentó en un banco. Ohm levantó el periódico porque no quería seguir viendo a Fluke, que se acercaba hacia él, y alterarse por su reacción.

Satisfaría su curiosidad, escucharía las respuestas de él y se marcharía. No habría nada más personal.

Fluke vio a Ohm en la puerta del bar. Tenía inclinada la arrogante cabeza morena, el perfil anguloso estaba iluminado por la luz dorada de las luces y el pelo seguía siendo lo bastante largo como para que lo ondeara la brisa. Fue como si el corazón le rebotara como un balón de goma porque no podía evitar revivir la excitación que siempre despertaba en él. Sentía cosquilleos por dentro, se le endurecían el cuerpo en partes donde no quería pensar y se derretía entre los muslos. Todo el cuerpo se le recalentaba y eso le abochornaba enormemente.

Se sentó y Ohm levantó la mirada para clavarle esos ojos verdes e inalterables.

– Al menos, eres puntual por una vez. Supongo que te has dado prisa...

El dueño de su corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora