MI VIDA

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Todo comenzó hace unos meses...

Alejandro se despertó con el primer rayo de sol que se filtraba por la ventana de su habitación. Se desperezó, estirando sus músculos aún adormecidos, y se levantó rápidamente, consciente de que su día comenzaba antes que el de los demás.

Después de lavarse la cara y vestirse con rapidez, bajó las escaleras en silencio, tratando de no despertar a nadie. La casa estaba tranquila, envuelta en la calma de la madrugada. Abrió la puerta principal con cuidado y salió hacia la tienda de la esquina, donde siempre compraba lo necesario para el desayuno. 

—Buenos días, Alejandro —lo saludó don Lurigancho con una sonrisa amistosa—. ¿Lo de siempre?

—Así es, don. Gracias. —respondió Alejandro, devolviéndole la sonrisa mientras sacaba su cartera.

Don Lurigancho se apresuró a reunir los artículos, y Alejandro aprovechó para echar un vistazo a la tienda, asegurándose de no olvidar nada.

—Aquí tienes, muchacho. ¿Cómo está tu madre?

—Mejor, gracias. Los dolores de cabeza han disminuido un poco —dijo, metiendo las compras en una bolsa—. Se lo debo a las medicinas que le recomendó el doctor.

—Me alegra escuchar eso. Salúdala de mi parte.

—Lo haré. Gracias, ¡Nos vemos!

Alejandro regresó a casa rápidamente, sintiendo la brisa fresca de la mañana en su rostro. Al llegar, encontró a su madre, Clara, ya despierta y sentada en la mesa de la cocina, con una taza de té humeante entre las manos. Su rostro mostraba signos de cansancio, pero su sonrisa al verlo entrar iluminó la habitación.

—Buenos días, mamá —saludó Alejandro, dejando la bolsa sobre la mesa y dándole un beso en la mejilla—. Te traje el pan fresco.

—Gracias, hijo.  —respondió Clara con cariño—. ¿Dormiste bien?

—Sí, no te preocupes. Todo bien... — susurró.

Alejandro comenzó a sacar las cosas de la bolsa mientras Clara se levantaba para ayudarlo. Trabajaron en silencio, uniendo fuerzas de manera coordinada y eficaz. En poco tiempo, la cocina se llenó del aroma de pan tostado y huevos revueltos.

Julieta, la mayor de las hermanas, apareció en la puerta de la cocina, aún en pijama y con el cabello revuelto.

—Buenos días, Alejandro, mamá —dijo Julieta, frotándose los ojos.

—Buenos días, dormilona —respondió Alejandro con una sonrisa—. Ven a ayudarme a poner la mesa.

Julieta se acercó, aún somnolienta, y comenzó a sacar los platos y cubiertos. 

Después de desayunar, Alejandro ayudó a su madre a recoger la mesa y lavar los platos, mientras sus hermanas se preparaban para ir a la escuela. Cuando todo estuvo en orden,  miró su reloj y subió como un rayo a su habitación para recoger su mochila ya lista. En menos de un segundo ya estaba de regreso en el primer piso.

Antes de salir, se despidió de su madre con otro beso en la mejilla.

—Cuídate, mamá. Si necesitas algo, me llamas, ¿sí?

—Lo haré, Alejandro. Y tú también cuídate. Estudia mucho.

—Lo haré, mamá. Hasta luego.

Llegó a la universidad justo a tiempo para su primera clase. La mañana había sido agitada, pero estaba acostumbrado a ese ritmo. Caminaba por el pasillo, saludando a algunos compañeros de curso.

—¡Hola, guapo! —escuchó Alejandro una voz de atrás suyo, mientras unas delicadas manos tapan sus ojos. Se voltea y ve a una hermosa rubia, dándole un suave beso en los labios—. ¿Cómo estás, amor?

CAMBIO... ¿Temporal? Les juro que es solo por la ciencia...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora