CAMILA
La cara de Tulip se ilumina cuando la bombilla se enciende y se apaga en un patrón brillante.
—Santo cielo, Laurence. — ríe la chica. —Tu novia es un genio.
Todavía estoy sonrojada por su uso de la palabra novia cuando se inclina y me da un rápido beso en el cuello. —Entre otras cosas.
Tulip me está haciendo preguntas sobre la duración de la batería y los conductos eléctricos, pero no puedo evitar ver de reojo a Laurence moviéndose por la cocina, ese luchador rudo y desgarbado que está en el acto de hacer la cena. Cocinando una comida de verdad. Vuelve a tener la camisa puesta, una tragedia, pero me consuelo catalogando sus otras partes. Sus antebrazos se flexionan mientras muele pimienta en un bol de carne picada. Su ceño se frunce en señal de concentración cuando mide la cantidad correcta de pasta y la coloca sobre el agua burbujeante.
Nunca he estado más cómoda e incómoda al mismo tiempo.
Estoy relajada en este apartamento. Haciendo un proyecto de ciencias mientras el aroma del tomate, la carne y el orégano se burla de mis sentidos. Esto es cálido. Acogedor. No se parece en nada a mi estéril y a menudo hostil casa de Beacon Hill. Es la gente la que hace un hogar, obviamente. Y Laurence ha convertido esto en un espacio funcional y feliz para su hermana. Me siento afortunada de estar aquí. Feliz. Como si me hubiera metido en un abrazo de oso.
También está la gran incomodidad que supone estar cerca de Laurence.
Es mucho más maduro que cualquier otro chico con el que haya estado. No es un niño, es un hombre. Hay un aire de capacidad, fuerza y confianza en él que hace que mi cuerpo se ponga febril. Lo que me dijo por teléfono el sábado por la mañana tiene cada vez más sentido. Mis partes femeninas saben algo que mi cerebro aún no comprende.
Estoy sensible entre mis muslos, cada movimiento parece desencadenar una serie de cosquilleos. Por mi columna vertebral, en mis pezones, a lo largo de la línea de mi cuello. Mis pensamientos son algo borrosos porque solo puedo pensar en su voz diciendo "es hora de meterla".
Tulip reclama mi atención y trabajamos en su trabajo de investigación, nuestras cabezas inclinadas juntas. Me cuenta historias divertidas sobre su profesor de ciencias y yo le devuelvo el favor con algunas de las mías. La hermanita de Laurence tiene una profundidad de conocimiento en sus ojos que estoy segura de que yo no tenía a los trece años, pero también es tonta, franca y honesta. Me gusta mucho.
No me doy cuenta de cuánto tiempo ha pasado hasta que Laurence pone un bol de pasta delante de mí y levanto la vista del libro de texto, notando el resplandor de una puesta de sol naranja a través de la ventana de la cocina. —Gracias. — murmuro, casi mordiéndome la lengua cuando toma asiento a mi izquierda y me aprieta el muslo bajo la mesa. — ¿Cocinas todas las noches?
—La mayoría de las veces, sí. — dice Laurence, haciendo girar su tenedor en la pasta picante. —A veces compramos sándwiches de la tienda de delicatessen si no puedo ir a la tienda.
—Esas son mis noches favoritas. — suspira Tulip. —No hay posibilidad de intoxicación alimentaria.
Laurence lanza una servilleta enrollada sobre la mesa y ésta rebota en la frente de su hermana. —Te encanta mi cocina.
—Ah, es decente, supongo.
Se sonríen el uno al otro y mi corazón casi se desploma en el suelo.
— ¿Tú cocinas?— Me pregunta Tulip.
— ¿Cocinar yo?— Repito, con la nuca punzante de calor. —Um...
no. Nunca he cocinado nada, en realidad. Vamos al club. O... siempre hay solo comida en la nevera.